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Cuando la gente que amas muere, el universo pierde su color, tu corazón se rompe en mil pedazos y sientes que dentro de tí ya no queda nada. Mueres un poco con ellos, aunque sigas allí, respirando un aire que jamás volverá a llenar sus pulmones, observando un todo que se convirtió en nada mientras tu cabeza se llena de confusión.

Es un hecho que casi todos los hijos viven para enterrar a sus padres, pero pocos somos los que además nos vemos frente a la responsabilidad de ir a reconocer su cuerpo a la morgue frente a un par de policías que no desean nada más que terminar su turno. Tuve que mentirles, tuve que decirles que era ella, aunque no lo era. No sin su sonrisa, sus arrugas de preocupación ni su voz amable. Lo que había en la mesa era un cuerpo con la mitad del rostro desfigurado y los ojos cerrados, no era mi mamá. 

—Encontramos un celular en la escena del crimen.  —Sentenció la oficial que me escoltó fuera de la sala en un tono monótono.

—Lo sé, era mío. —En cuanto recobré la compostura, la secretaria me informó que era posible que quisieran interrogar a Yazmin y Tom por los mensajes que había en él. —Yo era el objetivo. —Afirmé sosteniéndole la mirada sin demostrar ninguna emoción, aunque ese conocimiento me destruía. 

No había que ser un genio para descubrir quién era el asesino, pero, como siempre, era algo que nadie quería ver. Mi padre tenía una predilección por arruinar la imagen de sus víctimas y estaba claro, por la violencia que demostraban las heridas, que había muchos sentimientos involucrados por parte del perpetrador para tratarse de un loco cualquiera. Todo gritaba Ciro Key, y sin embargo la policía prefería perder el tiempo con unos adolescentes que nunca habían intercambiado ni siquiera una mirada con mi madre en lugar de averiguar su paradero. Era lo único que podían hacer, después de todo, no podían archivar el caso todavía, había salido en las noticias de Noxtal, el país entero estaba especulando sobre lo que había ocurrido sin tener ni la mitad de la información. 

—¿Tiene un lugar a donde ir? Necesitamos que se mantenga cerca del área para…

Necesitan. —Reí secamente. —¿Y qué pasó con lo que yo necesitaba? ¿Con lo que nosotras necesitábamos? —Exploté. —Por favor, oficial, usted sabe tan bien como yo que la investigación está congelada desde antes de iniciar ¿Qué importa lo que haga yo? Ya soy legalmente una adulta, no es su deber "cuidarme".

—Sólo hago mi trabajo, señorita Key. —Suspiró. —Tengo órdenes de llenar todas estas planillas, así que eso haré, puede cooperar o acompañarme a la comisaría por dificultar el trabajo de las autoridades. Es su decisión.  

—Me quedaré en casa de los Keith esta noche, no sé qué haré después. —Respondí encogiéndome de hombros y recuperando mi actitud de piedra en lugar de bañarla de insultos como hubiera deseado. A veces me asombraba lo rápido que podía ocultar como me sentía, uno de los muchos "regalos" que me había dejado mi padre.

—¿Hay alguna forma de que podamos ponernos en contacto con usted mientras esté allí? — "¿Viene en el paquete de graduación de la academia de policías el perder la capacidad de usar el sentido común?"  Pensé ante la pregunta.

—¿Ya puedo irme? —Solté arrebatándole la lapicera que tenía entre las manos y garabateando el viejo número de mamá. —Comprenderá que mi día fue ya muy largo y quiero irme a dormir.

—Nos mantendremos en contacto. —Comencé a caminar hacia la entrada. —Y, Jessica, lo siento mucho. —Soltó un poco más bajo, de forma en que casi creí que podía llegar a ser un humano de verdad y sentir pena por alguien como yo. 

Lo primero que hice al salir de aquel horrible edificio fue lo que había jurado no hacer jamás desde que tenía memoria. Conveniente había un bar al doblar la esquina, uno de esos sucuchos de mala muerte, posiblemente lleno de ratas y vasos sin lavar desde hace mucho más tiempo del que yo llevaba en esta tierra, perfecto para aquellos que querían ahogarse en su propia depresión. Al entrar el olor a tristeza y malas decisiones se impregnó en mi ropa, si cerraba los ojos podía fingir que estaba en Arrashá, ayudando a mamá a limpiar el desastre que había dejado el último ataque de ira de papá en el salón. Era horrible, pero era como estar en casa.

—¿Puedo sentarme aquí? —El hombre al que le había hablado parecía hallarse en otra dimensión, no esperaba que me contestara.  —Tequila. —Pedí al barman que no era más que un recién graduado de la universidad.

—¿Estás segura de que puedes soportarlo? Es una bebida demasiado fuerte para una jovencita inexperta. —Levantó las cejas de forma juguetona mientras cortaba una rodaja de limón y me alcanzaba un sobre con sal, cosas que no sabía para qué usar.

—Yo puedo con todo. —Le aseguré, acomodando mi cabello para que tuviera una mejor vista de las cicatrices que me cubrían la cara y el cuello. Tragó saliva y dejó el trago frente a mí, alejando el resto de su cuerpo de la barra, como si tuviera miedo de contagiarse de una terrible enfermedad. 

—Va por la casa. —Al parecer también pensaba que mi dinero era radiactivo, lo que era una gran noticia para mí, porque no sabía cómo iba a pagar eso.

Observé por unos segundos el líquido transparente, aún hubiera podido  levantarme de la silla y dejarlo ahí como si nada hubiera pasado.  No lo hice, solo cerré los ojos y agarré el vaso con tanta fuerza que pensé que lo partiría. Dicen que beber alcohol te hace olvidar las cosas, pero mientras el asqueroso líquido bajaba por mi garganta con su rastro de fuego yo lo recordé todo.

—¡La vida es una mierda! —Sin reparar en lo que estaba haciendo, lancé el recipiente de cristal contra la pared más cercana haciéndolo añicos, tomé mi chaqueta y salí corriendo escuchando como el chico me gritaba de todo menos bonita.

¿A dónde iba? No lo sabía, no importaba. Ya nada lo hacía. 

 

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