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Sentí que dentro de mí se removió una mezcla de curiosidad y sorpresa. No tenía idea de qué podía ser tan importante para él que debía decirmelo exactamente en aquél momento sin nadie a nuestro alrededor. Pero me recosté en el rudimentario sofá que había en el medio de la sala a esperarlo, seguía sin estar de humor para volver a la mesa de todas formas.

Cuando era pequeña, mamá siempre se preocupaba porque no me perdiera ninguna comida, incluso si no había dinero en casa para algo muy elaborado. Para ella siempre iba primero yo, lo que me hacía sentir como la verdadera mierda, porque para mí también. Si hubiera estado menos preocupada en los últimos días por cosas sin importancia, si tan solo hubiera podido bajar la cabeza de las nubes por un rato, quizás ella estaría viva todavía. Todo era mi culpa, y la voz en mi cabeza no paraba de repetirmelo.

Si yo no hubiera nacido, si mis abuelos no hubieran obligado a mis padres a hacerse cargo de su desliz de una sola noche, nada de esto habría pasado. Papá no habría tomado un trabajo en el puerto, ni se habría rodeado de un montón de hombres machistas que lo único que hacían era emborracharse todo el día, no habría apostado por las drogas cuando el alcohol dejó de ser suficiente y no se habría convertido en el monstruo que era. Mamá podría haber sido feliz, terminar la escuela, casarse con una buena persona y tener la familia ideal que siempre soñó.

Volví a llorar, en silencio y relativa soledad, cubriendo mi rostro con la capucha de mi buzo por si Tom decidía aparecer sin que lo notara, como era su costumbre. Imaginé a una niñita de piel morena y cabellos castaños que había crecido libre de traumas, con una figura paterna real, saltando en las olas de la playa de Arrashá, de donde jamás habría tenido que escapar, con una sonrisa luminosa en su rostro que se ensanchaba cada vez que los dedos de sus pies tocaban la arena. Ella no tenía más cicatrices que las que producía el caerse de una bicicleta cuando estás aprendiendo a usarla, jamás había deseado morir antes de conocer lo que es realmente la vida. Era normal, parte funcional de su sociedad, ni una sola vez señalada por sus pares por cosas que no podía controlar.

Oí la puerta del baño abrirse y fingí haber estado sentada todo el tiempo, limpiándome las lágrimas de la cara con la parte interna de mi manga. Sin embargo no hice un esfuerzo para ocultar qué había estado haciendo, ya estaba harta de tener que actuar delante de todo el mundo. Mi madre había muerto, me la habían arrebatado de un segundo a otro, y yo posiblemente correría la misma suerte de ser solo un nombre entre los millones de archivos de la policía muy pronto. Tenía todo el derecho de estar triste, Tom tendría que lidiar con eso si quería conversar conmigo, con una persona destruida y frágil que no estaba completamente allí. 

—Perfecto, estás aquí. —Dijo sentándose a mi lado, por un instante pensé que me abrazaría, pero no lo hizo.

—No tenía muchas opciones. —Murmuré encogiéndome de hombros.

—¿Y a dónde quieres ir? —Preguntó suavizando el tono de su voz e inclinando la cabeza un poco hacia abajo para observarme con sus hermosos ojos color avellana. —Si pudieras estar en cualquier otro lugar en este momento, ¿cuál sería?

—Lejos. —Fue lo único que supe responderle. —En algún lugar donde nadie sea capaz de encontrarme, donde pueda estar segura de que moriré por ser una anciana y descansar la mente.

—Es un buen plan, —Apoyó una mano en mi rodilla y con la otra acomodó mi cabello, aprovechando para liberarlo de su prisión de tela. —suena a un lugar que yo también quisiera visitar.

—Si alguna vez lo encuentro, me aseguraré de avisarte. —Forcé una media sonrisa, tenerlo así de cerca me hacía querer que fuera genuina. Pero mi rostro no estaba hecho para sonrisas reales como el suyo, mis labios cortados y la piel chamuscada de mis mejillas las arruinarían.

Suspiré y al volver a abrir los párpados, lo tenía frente a mí, aún con sus dedos acariciando la parte superior de mi oreja.

—Sé que vas a irte de Noxtal y no volveré a verte nunca más, —Saboreó las palabras como si se trataran de púas que lastimaban su lengua de solo formarlas.—así que tengo que confesarte algo, para que te vayas sabiendo la verdad sobre mí, algo que no pensaba decirte hasta dentro de mucho tiempo...

Yazmin apareció en aquél instante, dejando caer su cuerpo sobre el marco de la puerta que separaba la cocina de la sala. Su rostro al vernos expresaba vergüenza y alguna otra emoción más que no supe diferenciar. Tragó saliva y se enderezó, apretando tan fuerte la madera a su costado que sus nudillos se habían vuelto blancos.

—Yo... Perdón, debí imaginármelo. —Balbuceó pinchándose el puente de la nariz e inhalando una gran cantidad de aire. —No quería interrumpir nada, solo venía a avisarles que el postre ya está servido. —Soltó de un tiro tras una exhalación. —Torta de manzana. —Moduló con esfuerzo y se dio media vuelta, dejándonos solos de nuevo.

—Será... Será mejor que me vaya ahora, antes de que mi tía insista en que pase la noche aquí también. —Carraspeó con incomodidad, parándose y caminando hacia la puerta. —¿Puedo pasar mañana por tí? Podemos encontrar un lugar más privado para conversar.

—¿No vas a ir a la escuela? —Cuestioné.

—Esto es importante, y ya me estoy quedando sin oportunidades. —Había algo en esa oración o en la forma en la que él la vocalizó que no dejaba de zumbar en mis oídos, estuve a punto de insistir en que podíamos terminar con todo afuera en el porche, pero no lo hice. —Nos vemos a las ocho. —Antes de salir besó tan rápidamente mi frente que no había tenido tiempo de esquivarlo, lo dejé pasar, en las películas la gente popular se despedía así, debía de ser un hábito automático en él. 

Por inercia saqué el teléfono de mamá que traía en el bolsillo de mi abrigo y observé su rostro en la fotografía del fondo de pantalla una última vez, deseándole las buenas noches, como si ella me hubiera acompañado a despedir al muchacho. Suspiré y devolví el aparato a su lugar mientras me dirigía a reunirme con los Keith para tragarme mis sentimientos con azúcar por una vez en la vida. 

FeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora