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—¡Mamá! —Sentí mis mejillas teñirse de rojo en cuanto ella bajó el celular. —¡No puedes entrar así como si nada a mi cuarto, ya no soy una niña! —Solté enojada mientras acomodaba mejor el toallón sobre mi cuerpo para esconder mis cicatrices nuevamente. 

—¡Entonces no te comportes como una! —Su voz se quebró con la última palabra y explotó en llanto con su rostro muy cerca del mío. —¡Grité más de tres veces tu nombre y no recibí ni una maldita respuesta! ¡¿Sabes lo que se cruzó por mi cabeza en ese momento?! ¡¿Lo sabes?! —Jadeó con una ira que jamás habría imaginado que ella sería capaz de sentir.

"Pensó que me encontraría muerta." Susurró mi conciencia.  Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo mientras asentía y trataba de disculparme con ella. Pero de mi boca solo salían oraciones incompletas, que se quedaban enrolladas entre ellas en mi garganta y eran frenadas por mis propias lágrimas cuando por fin alcanzaban el interior de mis labios. 

Al final, solo… La abracé. Temblaba como un caniche asustado y eso me partió todavía más el corazón. A veces me encerraba tanto en mi propio dolor que olvidaba que seguramente había momentos en los que ella también se desmoronaba, en los que las pocas horas de sueño, la paranoia y la culpabilidad le causaban pesadillas que la hacían querer acabar con todo. Pero no lo hacía. Por mí.

—Yo me ocuparé de llamar a Tomás. —Dije separándome de ella y comenzando a limpiarle la cara. Me sentía super extraña utilizando el nombre completo del muchacho, pero no quería que mamá supiera que ya nos conocíamos, había un par de cosas que quería saber de él todavía. —Necesitas descansar un poco. —Iba a replicarme así que la detuve tapándole la boca. —Por favor.

—Tienes razón. —Suspiró. —El día de hoy fue como una montaña rusa para mis nervios, cerrar los ojos un rato me vendría bien… ¿Quieres que te deje mi teléfono?

—Descuida, tengo su número. —Levantó una ceja. —Compartimos algunas clases, supongo que estará en los grupos de la escuela. —Inventé. Ni siquiera yo estaba en esos grupos.

Di por terminada la conversación levantándome a abrir el armario, esperando a que se fuera mientras fingía buscar algo para ponerme. En cuanto escuché cerrarse su puerta volví a lanzarme sobre la cama y tomé mi celular. Pasé por alto aquellas molestas notificaciones, tendría mucho tiempo para preocuparme por ellas una vez que termine con esto, y marqué el número del rubio.

—Hola, Jessi… —Respondió casi instantáneamente con la voz de recepcionista aplicado que había utilizado mientras organizaba mis papeles la primera vez que nos vimos.

—Ahórrate las formalidades, mi madre no está en la habitación. —Lo interrumpí. —Tú y yo nos debemos una charla.

—Más de una diría yo. —Había recuperado su tono habitual, algo desafiante y a la vez juguetón. —Podrías empezar por agradecerme lo de esta mañana, fue muy difícil lograr que solo me suspendieran como secretario por un mes.

—Iba a hacerlo cuando nos viéramos luego… —Murmuré algo avergonzada. — Hablando de eso, ¿dónde carajos estuviste todo el día? —Por un minuto pensé que no contestaría.

—¿Y dónde estuviste tú las últimas semanas, eh?

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