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"¿Qué fue lo que te pasó?" Esa es la pregunta que suele hacerme la gente. Pero yo no respondo. Sé que realmente no les importa, que hablarán de mí igual.

Pero supongo que para contarles esta historia, ustedes deben saber la verdad...

En ese entonces tenía 12 años, era tan sólo una niña. Pero ya había vivido muchas situaciones por las que nadie, sin importar su edad, debería pasar.

Mi padre trabajaba en el puerto y era un hombre muy impredecible. Había noches en las que no volvía a casa, mamá y yo lo esperábamos hasta que se nos cerraban los ojos y nos forzábamos a ir a la cama.

A simple vista mi familia era bastante normal, salvo porque los días en los que papá llegaba apestaba a alcohol y a lo que luego supe que era marihuana.

Pero a los vecinos no les importaba eso, tampoco los gritos que salían de nuestro departamento cada noche ni los sonidos de cosas rotas que llenaban el ambiente. Sólo les interesaba averiguar como alguien con un trabajo tan malo había logrado conseguir un lugar en el edificio.

Todo sucedió una madrugada de verano, los recuerdos de las discusiones de ese día no me dejaban dormir y pensé en ir a buscar un vaso de agua. Grave error.

En la cocina estaba él, miraba una serie vieja mientras bebía una cerveza y fumaba un extraño cigarrillo.

— ¿Quién anda ahí? — Gruñó.

— Vi-Vine por un poco de agua...Ya-Ya me voy...— Le respondí, aunque mi madre me había advertido que no le hablase cuando se encontraba en ese estado.

No me miró, ni siquiera se inmutó.

Abrí la heladera y saqué la botella. Iba a servirme cuando escuché un estruendo detrás de mi, de alguna forma me las había ingeniado para lograr que dos botellas de vodka cayeran al suelo y se rompieran en mil pedazos.

— ¡Mirá lo que hiciste! — Gritó frente a mi cara y tomándome por los hombros. — ¡Eres una maldita inútil! ¡Igual que la retardada de tu madre!

Escuché como los pasos de ella se acercaban a gran velocidad, como si supiera que algo iba a pasar.

— ¡Ciro! ¡No! — Pidió.

— ¡Cállate estúpida metiche! — Dirigió sus ojos a ella, pero aún me sostenía con firmeza. — Esto es entre ella y yo.

— Pero no es nada más que una niña...— Dijo mi madre con un hilo de voz.

— Aprenderá a vivir con las reglas del mar. Allí eso no importa. Si se la juegas a otro marinero, vas a pagarla.

Luego de eso lo único que recuerdo es su sonrisa, su condenada sonrisa diabólica y el inmenso dolor que sentí.

Mi madre se vio obligada a hacer la denuncia en el hospital, nadie le creía que había sido un simple accidente.

Me contó que, cuando comenzó a hablar con el oficial, se quebró. Admitió que tenía miedo, que no era la primera vez que él nos había lastimado físicamente. Lo dijo todo.

La policía encontró su cuerpo al día siguiente, se había ahorcado en uno de los muelles. No creo que se haya arrepentido, sólo no quería que lo atrapen.

Ese año fue la primera vez que me cambié de colegio, sin un trabajo estable mamá no podía pagarlo y, además, no quería dar explicaciones.

Empezamos de nuevo, al otro lado de la ciudad. Solas. Ella y yo contra el mundo. Pero aún no podíamos hablar. Aún no puedo.








FeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora