Capítulo Especial

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Muevo la cabeza hacia todos lados tratando de encontrar mi diario, que recuerdo haber visto por última vez ayer cuando estaba en este mismo lugar.

—Disculpe, señora —digo a la bibliotecaria—, ¿de casualidad no ha visto por aquí un cuaderno pequeño, con un osito amarillo?

La mujer niega lo cual me acerca un paso más a la completa desesperación. Dios, soy un desastre; pero el hilo de mis pensamientos sobre el diario desaparecido se interrumpe cuando veo a Oriana sentada en una de las mesas, escribiendo en una hoja.

Es la primera vez que la veo hacer algo de la escuela, por voluntad propia.

Con la intención de que ella no se dé cuenta me le acerco silenciosa por atrás.

—¿Qué haces? —le susurró al oído.

Por consiguiente se sobresalta, lo cual me hace enrojecer e insultarme internamente. ¿Soy demasiado evidente?

—¿Me quieres dar un infarto? —me pregunta molesta.

Tengo dos opciones; huir o lidar con su mal humor. Soy bastante resistente y siendo honesta ya me estoy acostumbrando, así que elijo la segunda.

—Tú, haciendo tarea. Eso sí que es extraño —río para aliviar un poco la tensión—. ¿Qué milagro sucedió?

Oriana suspira sin dejar de escribir.

—Olvidé hacer un trabajo de biología y si no la entrego de seguro van a llamar a mi madre. Y no, créeme que ya tengo suficiente... Por eso intento terminarla.

—¿Quién te da Biología, el profesor Moretti?

Asiente.

—Así que a ustedes también les mando ese trabajo —pienso en voz alta y observo lo que lleva hecho—. Te falta bastante...

—Oh, ¿en serio? No lo había notado.

Me río de su sarcasmo.

—¡Pero tengo una idea!

—¿Cuál? Porque no me queda tiempo, faltan cinco minutos para entrar a su clase.

—Los de la sección B también vemos Biología hoy; en la última hora. Entrégale mi trabajo y yo se lo traigo mañana.

—¿A tu sección le mandó a hacer lo mismo?

—Sí. Solo tendrías que cambiarle el nombre.

—Pero, ¿estás segura? Digo, ¿no tienes que tener buenas notas por lo de tu exoneración, o algo así?

—En Biología voy muy bien; no pasará nada si no entrego una de las actividades. Aparte, estoy segura que el profesor me dejara entregarlo después.

—No quiero aprovecharme.

—Por favor. Lo necesitas más que yo. Toma —digo sacando de mi bolso el trabajo y poniéndolo sobre la mesa.

Ella duda, pero termina agarrándolo.

—Bien, si tanto insistes...

Se levanta y sale corriendo, pero antes de desaparecer de mi vista se detiene y voltea:

—Gracias —sonríe—. Te debo una.

—No hay de qué —respondo manteniendo la calma. ¡Aunque por dentro estoy gritando! —¿Podemos vernos a la salida? Mamá saldrá tarde y tengo que esperarla pero no quiero estar sola.

—Seguro. Hasta luego.

Gracias a esa afirmación, durante el resto de las clases estuve en las nubes, observando la hora cada rato, ansiando el momento de la salida. Y al final, de nada sirvió porque me dejó embarcada.

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