Capítulo 19

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Intento mantener los párpados abiertos ante el resplandeciente sol de la mañana. Es una costumbre mía; un nocivo juego que me inventé durante la infancia. Lo hago mientras recapitulo la misma escena por enésima vez desde hace semanas.

—¿No soy una mujer para ti? —me recuerdo diciendo— ¿A qué te refieres exactamente con eso?

Quería sonar molesta, pero mi voz no pudo dejar de oírse herida. Me sentí herida y ofendida. Justo en ese momento entendí que en mi interior esa cosa a la que llaman feminidad, y a la que le declaré la guerra, no está muerta; solo se encuentra muy en el fondo, batallando para salir a flote, aún cuando fue desterrada antes de florecer.

—No, Oriana... espera —dijo viendo con lástima cómo empezaba a dar pasos en retroceso—. No me entendiste. No quise decir lo que te estás imaginando...

Giré para correr antes de escuchar algo peor. Me sentía avergonzada con él, e incluso, por más absurdo que fuera, con Román, que sin saberlo hizo realidad la reunión, y con Isis, quien había sido la confidente de mi amor. Las gotas de lluvia típica en las noches de diciembre no ayudaron; parecía estar dentro de una de esas escenas en la televisión donde a la protagonista le suceden cosas malas de forma continua y por pura casualidad, y uno no se lo cree y ríe por la exageración de los escritores.

Regresé en modo automático y los días siguientes fueron iguales; los viví en automático. Pasé las supuestas felices fiestas encerrada en una cueva, o sea, mi habitación. Desde otro punto de vista, pienso que fue bueno darme tiempo de sentir todo lo que estaba sintiendo; primero tristeza, pasando por enojo, y finalmente aceptación, ¿o debería decir resignación? Ya que, sin importar la melancolía y la desilusión, la vida continua y aquí estoy; evadiendo mi responsabilidad con la sociedad como futuro de la nación, escondida en la azotea de la escuela en horario de clase.

Después de unas cuantas horas, las suficientes para sentirme maravillada por mi habilidad de durar tanto tiempo sin hacer nada más que dar vueltas alrededor de mis desgracias, regreso abajo percibiendo de inmediato cierto ambiente de tensión en los pasillos, apenas vacíos porque acaba de sonar la campana que anuncia el comienzo de la siguiente asignatura. Al cruzar el umbral del aula, veo a casi todos amontonados en pequeños grupos aprovechando la tardanza del profesor para dar rienda suelta al cotilleo. Por otro lado, noto la ausencia de Leonardo, porque normalmente es inevitable entrar al salón sin verlo sentado en el centro de la primera fila, su puesto habitual.

El engendro de los Ferraro fue otra víctima de mi tremendo mal humor durante esos días, aparte de mis papás. Aquella mañana antes de Nochebuena, me despertó el anuncio de que alguien había ido a verme. Enseguida pensé en Luca y, tonta de mí, tuve la esperanza de que lo que había sucedido fuera sólo un malentendido de mi parte. Pero salí para descubrir que lo que me esperaba era Leonardo, y una criatura peluda. El resto es historia.

De repente, antes de poderme sentar, esa pequeña zorra llamada Anabella clava sus uñas en mi brazo, arrastrándome hacia fuera.

—¡Perra maldita! ¡Te dije que no le dijeras nada a Leonardo!

Estrujando su esquelética mano, me libero de ella.

—¿De qué hablas? —frunzo el ceño.

—¡Qué le contaste a Leonardo lo mío con Román el día de la fiesta! ¡Leonardo se enfureció y ahora está en serios problemas porque a Román tuvieron que hospitalizarlo!

Me río sacudiendo la cabeza, sin poder creer cuánto drama se puede crear entre "amigos" por una ramera.

—Te equivocas, yo no le conté nada a nadie —le aclaro—. De todos modos, para nadie es secreto que eres una puta. Así que deja de perder tu tiempo buscando culpables.

Dejándola con eso me regreso al salón, lamentando no haber presenciado dicho espectáculo, que ha de haber sido bastante entretenido. Rayos, de lo que me perdí. Y de seguro fue segundos después de haber visto a los dos hipócritas conversar en frente de los casilleros, durante mi camino hasta la azotea.

Esta vez sí me pude sentar sin interrupciones en un pupitre. El profesor estaba atrasado y mientras tanto yo, sin poder evitar, buscaba saber algo más sobre el chisme del día. No lo logré porque lo único que pude escuchar de lo que estaban hablando los demás fue «Leonardo», «Román», «Leonardo», «Román». Desistí de aquello sin sentido, el profesor llegó y su clase corrió como de costumbre, a excepción de la buena noticia al terminar: teníamos las últimas horas libres y podíamos irnos.

Saliendo del salón me encuentro a Isis esperándome. Estaba tratando de evitarla por la vergüenza que sentiré si me pregunta sobre mi "cita", lo cual es muy probable que suceda porque ese día cuando llegué y me preguntó me hice la sorda para no tener que responder.

—Hola, Oriana... ¿cómo estás?

—Hola. Estoy bien, gracias. Voy de salida ahora.

Con eso quise decir «no me hables, por favor», pero como de costumbre, no lo captó.

—¿Podrías darme un minuto, por favor? Necesito decirte algo...

Suena insegura; o más bien nerviosa. La observo juguetear con sus dedos entrelazados y llego a la conclusión de que me quiere contar algo que le genera ansiedad. Imagino que tiene que ver con el ataque de celos de su novio (por otra), lo que me causa pena, y decido por una vez hacer una buena obra por ella.

—Claro. ¿Qué sucede?

—¿Te molesta si vamos a otro sitio? —me pregunta incómoda por las personas que nos rodean.

Pongo los ojos en blanco y asiento. Cuando llegamos al patio, ya solitario, continúo:— ¿Y bien?

—Oriana... no te vayas a molestar...

Al escucharla me pongo alerta, dándome cuenta de que no se ve tan preocupada a causa de Leonardo, sino de mi reacción.

—... pero creo que lo arruiné.

Me halo el cabello, el poco que tengo, quiero decir.

—¡Ay, no me digas que fuiste a contárselo todo a Leonardo! —exclamo, queriendo matarla— ¡Isis, se supone que mantendrías la boca cerrada!

Cuando pensaba que nada peor podía pasarme ya, la vida se encarga de demostrarme que sí. Leonardo ahora tiene aún más fundamentos para humillarme, reírse de mí y, en general, volver más insoportable mi día a día. Excelente noticia.

—¡Sólo eso! ¡Sólo una cosa tenías que hacer! —repito indicando con el índice el número uno.

Isis chilla. Tiene ese tipo de llanto que desfigura la boca y hace temblar la barbilla.

—Lo sé... ¡lo siento! Yo... estaba... algo ebria y—

¿Pero qué coños...? ¿Piensa que esa es excusa?

—¡¿Te das cuenta de que arruinaste un poquito más mi vida?! —la interrumpo, furiosa— Confié en ti un preciado secreto... ¡ahora tu amado Leonardo va reírse de mí hasta que se le olvide, es decir, nunca! —declaro— ¡Jamás debí confiar en ti, no sé qué estaba pensando!

—¡Por favor, no digas eso! —su llanto no cesa; por el contrario, empeora.

Ahora entiendo por qué no quería que nadie fuese capaz de presenciar nuestra conversación.

—¡Leonardo... no... se reirá de ti! ¡Él no se rió! Creo que Leonardo... —su voz se apaga.

—Leonardo... ¿qué? —cuestiono intrigada.

Esperando que no sea uno de sus tantos "creo que Leonardo no es tan malo como tú piensas".

—Creo que Leonardo siente cosas por ti...

—Claro. Odio, desprecio, asco...

—¡No! —sacude la cabeza— Me refiero... a amor.

Enarco una ceja, luego suelto una risita. Isis es tan...

—¡Hablo en serio, Oriana! —asegura, evidentemente desesperada por que le crea— Leonardo te ama.

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