Capítulo 12

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¿Estar dentro de su equipo, yo?

Ni que lo piense.

Eso de que lo hizo para ayudarme se lo creerá solamente su madre y la inocente de Isis. Está claro como el agua que lo hizo por joderme y eso me lleva a preguntarme; ¿qué ganará Leonardo haciéndome perder la paciencia? ¿Acaso más años de vida? Porque si es eso ya debe ser inmortal, o estar cerca de serlo. ¿Cuando será el día en que él y todos los de la escuela me dejen en paz?

¡¿Cuando, maldita sea?!

Como sea, tengo que tranquilizarme; cuando me encontré a los tortolitos en la salida me sacaron tan rápido de mis casillas, que me largué de ahí. Me largué y empecé a caminar hasta llegar sin darme cuenta a...

—¿Oriana? ¿Cuando llegaste?

...el lugar de trabajo de Luca.

—¿Qué estas haciendo ahí? ¿Por qué no has entrado?

Me levanto rápidamente de la acera en la que estaba sentada frente a la entrada del gimnasio, meditando si pasaba o esperando... no sé qué.

Lo sé, patético. Pero es que estos últimos días ni yo misma me reconozco.

—Ah, nada. Vine a entrenar —miento—, pero por lo visto ya te vas, así que...

—¿Con ese uniforme puesto? —pregunta extrañado.

Mierda. Mil veces mierda.

—Sí... es que precisamente, se suponía que me cambiaría cuando llegase. Pero olvidé traer mi ropa para hacer deporte.

—¿Entonces te sentaste ahí a esperar que por arte de magia apareciera? —enarca las cejas con cierto aire burlón que me hace molestar y temer sobre estar siendo demasiado obvia.

Trago saliva.

—A ver, ¿qué es esto? —le cuestiono con dureza, como lo hacía antes. Debo enfocarme en actuar con él como siempre— ¿Un interrogatorio, o qué? ¡Ya te dije que la ropa se me olvidó! Me dió pereza devolverme de una vez y me senté para respirar aire fresco un momento. ¿Algún problema?

Respirar aire fresco... Dios, si estuviese sola me abofetearía.

—¡Dios, no! Cálmate, ¿quieres? Estás más rara que lo normal; ayer te fuiste de repente, los muchachos preguntaron por ti cuando la película terminó...

—Bueno, yo te dije que tenía algo que hacer. Adiós.

—Espera —me detengo—. Si querías entrenar, puedes entrar. Una de las instructoras puede prestarte algo que puedas ponerte.

Evado el contacto visual, algo nerviosa.

—¿Qué, te da asco? Es ropa limpia, los pobres también lavamos —dice y levanto la mirada para fulminarlo con ella, sabe que odio que haga referencia al bendito tema. Me giro para retomar mi paso pero me vuelve a detener, esta vez tomándome por los hombros—. ¡Ey, es broma! ¿Que naciste sin sentido del humor?

Me zafo de su agarre.

—¿Que no entiendes que lo que tú llamas humor a mí no me hace gracia? —pregunto yo imitándolo.

Esta vez sí empiezo a caminar para irme de una vez por todas, puesto a que parece que jugamos un juego de niños. No llevo ni cinco metros cuando escucho sus pasos detrás.

Me detengo.

—Antes de que me insultes; no te estoy siguiendo —aclara antes de que me voltee—. Voy a una parada de autobús al igual que tú, imagino.

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