Capítulo 23

108 12 3
                                    

—...Y cómo todos los días, El Señor nos da una nueva oportunidad para ser mejores personas. Es preciso observar los errores de ayer para edificar lo que seremos hoy.

Asiento, harto de escuchar el jodido sermón y tomando mi última pizca de voluntad para no cabecear o rodar los ojos. ¿No se piensa callar?

—Afortunadamente, la juventud facilita dejar de lado las diferencias, perdonarse y hacer como borrón y cuenta nueva. Pero es importante que nada tan grave como lo que sucedió vuelva a ocurrir, ¿entendido?

—Sí, Padre —respondemos al unísono Román y yo, sabiendo que ambos estamos contando los segundos para quedarnos solos.

Bastó que pusiera un pie dentro de la institución para que el Padre me trajera a unos de los jardines que no tienen acceso general. Tiene árboles frondosos antiguos, un estanque, y una enorme gruta religiosa tallada en piedra frente a la que estamos sentados ahora mismo. Es decir, una intervención total que, por lo menos, me libró de las primeras horas de clase.

—Leonardo, lo que hiciste estuvo muy mal.

Suspiro obstinado —Lo sé. Me disculpo nuevamente.

Pronunciar esas palabras me cuesta tanto como hace un rato, cuando lo tuve que hacer por primera vez. Pero es lo que debo hacer, así que no hay de otra.

El Padre Giovanni mira hacia Román, esperando una respuesta que no llega.

—Tu compañero está muy arrepentido —le dice.

Román se cruza de brazos. Me conoce lo suficiente para saber que no estoy arrepentido de una mierda y que lo que digo es más falso que él.

—Lo sé.

—Pues bien, entonces los dejaré solos por un momento —¡por fin!—, y luego se pueden retirar a sus correspondientes clases.

Se levanta y camina hacia el edificio, pero como el terreno es irregular se tropieza y cae. Enseguida me paro del banco y me apresuro en ayudarle.

—Gracias, hijo... ¡como ves los años no pasan en vano!

Me quedo estático hasta que desaparece del horizonte; apenas hago ademán de girar recibo un puñetazo en la mejilla por parte de mi querido amigo. Se lo devuelvo con el doble, o triple de fuerza.

—¡Me la vas a pagar, hijo de puta!

—¡¿Qué mierda te sucede?! —cuestiona esquivando y dando golpes a partes iguales.

¿Qué mierda me sucede? Oriana me sucede, pero claro, él no se lo imagina. Se cree tan perfecto pero no pudo notar que la razón de mis bromas y por la cual le hago la vida cuadros a Oriana, es porque es mía. Es mía incluso desde antes de aquella noche en la que me obsesioné con ella.

—¡Te metiste con lo que es mío! —lo agarro del cuello de la camisa— ¡¿Creíste que no iba a hacer nada?!

—No entiendo de qué coño hablas, se me presentó la oportunidad y aproveché... ¡tú hubieses hecho lo mismo!

—¡Cállate! ¡Cállate! —gruño con el mismísimo demonio incorporado.

Juro que si sigue vivo es porque no inhalé nada antes de venir, pero si una palabra más sale de su puta y asquerosa boca de mierda, seré capaz de descuartizarlo en este instante.

—Si no te lo dije es porque no quería quedar como un jodido desleal —dice en su defensa — ¡Pero Anabella es una maldita puta y todo el mundo lo sabe!

Mis fosas nasales se dilatan tomando aire como si hubiese estado horas bajo el agua sin saberlo. Lo suelto y me alejo unos cuantos pasos sintiéndome hasta mareado, como si acabase de salir de un trance.

Like a BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora