43. ¿Es una cita?

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Capítulo 43
¿Es una cita?


Subo a ese ambiente fresco y con aroma dulzón. Los asientos. La radio... Me pongo tan feliz porque nada ha cambiado. Nada de lo que extrañaba. Ojalá se hubiera equivocado para recibirme con un dulce besito en los labios. Pagaría por que lo hiciera, pero lo último que Jerome necesita es dinero, así que el chiste se cuenta solo.

Y pensar que hace más de un mes él y yo nos encontrábamos en una playa, dándonos una despedida indefinida. Semanas después me animé a enviarle un mensaje y, después, me lo encontré en mi propia casa. A ver, si esas no son señales de que debemos casarnos, entonces no sé qué son.

¿Una señal de que pronto me iré a vivir a un ranchito con dos ancianos y un niño problemático del cual sus papás no quieren hacerse cargo? Tal vez. Pero bueno, me arriesgo a casarme con él en secreto.

Vamos camino a una heladería a comer algo frío, porque aquí está a cincuenta grados. Y afuera como a treinta, no sé. Ay, este Jerome... Pareciera que su sola presencia me droga para decir tanta estupidez.

Cómo me encanta el destino. Quisiera saber todo lo que tuvo que suceder para que hoy estemos él y yo dentro de su auto otra vez. Jerome tuvo que conocer a Giselle. Mateo tuvo que conocer a Giselle. Mi papá tuvo que conocer a Jerome. Pero eso es lo más superficial. Ojalá tuviera una libreta en la que estuviera escrito todo minuciosamente.

—¿Dónde dices que está el lugar? —me pregunta, lanzándome una mirada fugaz para no distraerse de la carretera.

Es un lugar nuevo para mí también, todos hablan de él por su autoservicio. No sé qué tan común sea ver heladerías con autoservicio, pero la gente se volvió loca. Me pareció perfecto porque imaginé que Jerome no querría a bajar y arriesgarse a que algún conocido suyo o mío nos vea.

—Un poco más enfrente. Lo vas a reconocer de inmediato, es muy llamativo.

La estructura del local es muy moderna, sus colores son tan fuertes: un blanco con un rojo sangre. Además tiene mesitas y sillas afuera para sentarse bajo la sombra que el mismo lugar otorga.

Jerome avanza lentamente en el auto, enseguida nos recibe la joven voz de un hombre que pregunta por lo que llevaremos.

—Como no sé qué hay aquí, pediré lo mismo que tú.

—Voy a pedir nieve de vainilla.

Sus labios se cierran y forman una sonrisa muy grande y hermosa.

—A mí me gusta la vainilla.

Pensaba que su sabor favorito era el de zarzamora. No había día que sus labios no supieran a eso. Igual le queda perfecto la vainilla con caramelo y a mí con jarabe de chocolate.

Él se ofrece a pagar, yo termino aceptando, y se dispone a avanzar, controlando el volante con una sola mano... Qué sexi. Hace algo de tiempo que mi papá me enseñaba a manejar y me pareció muy difícil, por eso verlo tomar el control de algo así... lo hace ver tan inteligente y hábil para mí.

Aparca un poco enfrente, en el estacionamiento vacío, dice que nos la pasaremos aquí para más comodidad. A mí no me importa dónde sea, con el simple hecho de estar él cerca ya me siento cómoda y relajada.

—Me gustó donde estudias, es muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver —cuenta a la vez que mezcla un poco el caramelo con las bolas de helado—. Ya sabes que no fui, pero me entiendes.

Claro, en Francia tienen mega estructuras impresionantes que son el sueño de cualquiera. Aquí una escuela parece una cárcel embrujada. Por suerte no todas.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora