21. Solo recuerdos

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Capítulo 21
Solo recuerdos.

Como si el destino lo hubiera puesto en mi camino, cuando salí a buscar ayuda me crucé con un policía que pasaba por la calle, muy amable me tranquilizó y yo le expliqué todo lo que pasaba, así que rápidamente fuimos con don Marcos. Este ya se encontraba más tranquilo, pero aún así el policía llamó una ambulancia para que lo atendieran. Resultó que don Marcos sufría un ataque epiléptico. Yo pensaba que era un infarto.

Lo llevaron atrás de la tienda y lo checaron mientras yo esperaba. En ese rato también llegó Jerome porque, como es costumbre, yo estaba hablando con él cuando todo pasó.

Los paramédicos me regañaron antes de irse, pensando que era nieta de don Marcos, porque a su edad ya no debería trabajar. Y yo quise comprender, pero es que don Marcos no me había dicho que estaba tan enfermo, Dios, ni siquiera se notaba.

Fuimos atrás e intentamos hacerlo entender entre Jerome y yo que él debe descansar en casa, y don Marcos resultó ser un viejecito muy necio porque se negó rotundamente, y más cuando Jerome le ofreció pagarle a alguien para que lo cuidara.

Al menos accedió a cerrar la tienda por hoy para descansar, ahora vamos camino a su casa a dejarlo, porque claramente no lo dejamos conducir su auto. Jerome se encargará de dejarlo en su casa más tarde.

Don Marcos le indica a Jerome cuál es su casa y este se estaciona frente a ella; es de dos pisos, con poco patio y del mismo color que la casa de Mateo. Me sorprende que viva aquí solito.

—¿Quieren pasar a tomar un café?

Aceptamos de inmediato, la tarde está para un cafecito. Nos metemos tras él y mi sonrisa se borra ligeramente porque veo que la casa se encuentra en mal estado. No tanto, pero los muebles están muy sucios y las cosas desordenadas y apiladas. Quiero pensar que es porque don Marcos no se lleva bien con la limpieza y no porque ya no aguanta limpiar.

Entramos a su cocina y aquí sí que está mucho más limpio. Don Marcos pone agua a calentar en una calentadora y en dos minutos ya está lista para prepararnos nuestros cafés.

—Entonces, ¿Álvaro ya les dio su aprobación?

—¡Sí! —chillo de la emoción, abrazando a Jerome.

—Qué bueno, me alegro por ustedes dos —sonríe, revolviendo su café con una cuchara—. Siempre imaginé que Álvaro sería muy celoso.

—Usted era su profesor, ¿no? —inquiere Jerome.

—Bueno, de él no, de Betty, pero es lo mismo, igual llegamos a ser cercanos —se levanta de la mesa—. Es más, tengo algo que podría interesarles.

Se va a la sala, quién sabe qué hará que no demora tanto, a los pocos minutos regresa con lo que parece ser un álbum de fotos en sus manos y me lo entrega.

—Toma. Son de la universidad, de su generación.

Se encuentra intacto. Jerome y yo nos miramos y lo abrimos. En la primera página está una foto de toda la generación junta, con todos los alumnos y en el centro don Marcos. En la primera hilera alcanzo a distinguir a mi mamá entre las demás mujeres.

Voy pasando las fotos, todas son recuerdos, amigos abrazándose, saludando a la cámara, eventos deportivos, hasta que...

—¡Mi mamá y mi papá! —no puedo evitar exaltarme—. Ay, Dios, ¡qué lindos!

Los dos tan jóvenes, posando juntos pero sin abrazarse ni nada. Mi mamá con su peinado noventero de cola de caballo y fleco y mi papá con patillas.

—Y Genaro.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora