24. Remordimientos

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Capítulo 24
Remordimientos.

Jerome

En el espejo cubierto por el vapor se puede distinguir mi silueta apenas. Acerco mis dedos para limpiar dos simples líneas y observar mis ojos por medio de estas. Creo que ya es suficiente.

Salgo a vestirme con mi habitual traje y peino minuciosamente mi cabello frente al espejo, de la forma adecuada para que logre mantenerse en su lugar todo el día, o al menos hasta que yo lo mueva. ¿Suena muy exagerado? Este peinado tan innecesariamente formal es una de las costumbres que Evangeline me inculcó.

Como ya he mencionado antes, ella, junto a Florence, terminó de criarme gracias a que mi madre no pudo hacerlo, pues murió cuando yo tenía trece años. Para ese entonces mis hermanos eran ya unos adultos, Roméo era el único que no llegaba a los veinte.

Y me sorprende de verdad que mi madre me haya tenido a la edad que lo hizo, creo que pudo ser peligroso, pero a fin de cuentas el parto fue lo de menos ya que ella y mi padre tenían enfermedades que adquirieron con el paso del tiempo gracias a ciertos vicios. A pesar de cómo era ella, sí tuvo sus vicios… Supongo que el mío era masturbarme.

No es que me guste mencionarlo tan seguido, es solo que no me cabe en la cabeza el hecho de que Roméo me haya enseñado esas cosas siendo yo tan pequeño. ¿Era normal? ¿Alguien a esa edad podía tener una mente tan retorcida como yo?

Y lo estoy mirando, Roméo está en estos momentos frente a mí en la pantalla de la videollamada que mantengo con ellos.

Mi vista de desvía, no sé a dónde, solo gira por la pantalla y yo me quedo ensimismado. Esto no es lo mismo de antes, donde yo no dejaba de opinar, ahora solo espero a que todos terminen de hablar para despedirme e ir a hacer nada con mi vida.

Rayo la libreta haciendo garabatos y firmas como único método de distracción que tengo.

—Jerome.

Esa voz femenina, fina y sensual, azota mis sentidos al susurrar mi nombre con eco. No tengo idea de dónde provenga, miro a todos lados y detrás de mí, pero simplemente no hallo nada.

—Jerome.

No hay nadie en la entrada, en ningún lado, giro en la silla con ruedas para volver a mirar la pantalla.

—¿¡Katalina!?

Grito alarmado al encontrarla de rodillas frente a mí, bajo la mesa, sonriente y casi desnuda. ¿Qué diablos sucede?

—¡Jerome! —vocifera Evangeline, golpeando la mesa con su mano. Sus ojos incrédulos casi atraviesan la pantalla—. No puede ser, ¿te quedaste dormido?

No puede ser, ¿me quedé dormido?

Con mis dedos tanteo mi mejilla, siento las teclas marcadas de tanto haber estado sobre el teclado.

Muy confuso, intento sacudir la cabeza para negar.

—No, no fue eso…

Está furiosa y lo irradia por la pantalla. Veo a los demás, Florence no hace nada, como Marcus y Roméo, quienes solo aguantan sus risas.

—¿Por qué nos pides que hagamos juntas si no prestarás la atención debida? —espeta, al instante lanza a la mesa el puñado de hojas que sostenía y sale del lugar con Florence detrás.

Los otros dos no ríen hasta que se escucha la puerta cerrarse de fondo.

—Vaya que hoy te atreviste a desafiarla —se burla Roméo—. No te hablará por dos años, mínimo.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora