9. Sí quieres

447 28 7
                                    

Capítulo 9
quieres


Se imaginarán la tensión que hay en el salón hoy, siendo viernes, y faltando tres minutos para salir. Un silencio nos envuelve a tal punto que la persona con el oído más dañado puede escuchar perfecto el aleteo de una mosca. Todos miramos el reloj y la puerta, atentos para poder salir a toda velocidad cuando las manecillas marquen la hora de salida.

Todo ese silencio se rompe cuando el profesor decide chocar un marcador contra el escritorio, marcando un ritmo y distrayendo a todo mundo.

—Otro viernes del año concluido... —suspira contento—. ¿No creen que últimamente no hemos trabajado tanto?

Y ahora el resto del salón se inunda en murmullos, entre los que se distinguen frases como: «si usted dice...» «sí, claro» «meh...».

—¿Qué hace los viernes, profe? —primera vez que alguien toma la iniciativa de preguntarle algo así al profe, y es Hugo.

Él frunce el ceño.

—No le importa, Morales.

—¿Qué hace los viernes, profe? —ahora pregunto yo.

El marcador resbala de sus dedos al incorporarse él en su silla y juntar sus manos sobre el escritorio.

—No pensé que le interesara tanto —arregla el cuello de su camisa—. Verá, yo los viernes usualmente los uso para retroalimentarme.

—¿Qué es eso? —masculla alguien.

Suelta un bufido.

—¿Saben? Yo no perderé el tiempo explicando cosas que, se supone, deberían saber desde la primaria. —espeta, enseguida me mira con una sonrisa de lado—. ¿Qué hace usted?

Escucho un carraspeo proveniente de Hugo a mi derecha.

—Sí, Katy, cuéntanos, ¿qué haces los viernes?

Lo dice como si supiera que me meto a sitios extraños para buscar hombres guapos.

—Yo salgo con mi gran amigo, Hugo Morales —contesto lo primero que me llega a la mente.

Arquea las cejas y mira a Hugo.

—Ah, ¿sí?

—¿Sí? —susurra Hugo.

—No sabía que ustedes dos tenían un tipo de... relación.

—Yo tamp... —le lanzo una mirada amenazante—. Yo sí, profe. Katy y yo somos súper amigos desde siempre, que lo sepan todos.

Escucho un golpe detrás de mí, nada que me asuste.

—Tampoco exageres...

—Bueno —azota levemente el escritorio con sus manos al levantarse—. No hace falta que lo diga tan alto, todos lo escuchamos —levanta su teléfono de la mesa y mira la pantalla—. Qué lindo, Morales.

—Profe... —dice, pícaro y sorprendido. Peina un poco su cabello con sus dedos—. Bueno, gracias…

—No me malentienda, señor —por último, se coloca la maleta—. No hablaba de usted.

Sale la máxima autoridad del lugar con todo el alumnado detrás y, curiosamente, hoy no se despidió.

Somos Hugo y yo quienes quedamos al final de todo.

—¿Soy yo o ahora le caes mal?

Chasquea la lengua a la vez que se encoge de hombros.

—Pues si te ama a ti, tiene que odiarme a mí. Es la ley de la balanza, todos lo saben.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora