42. Fuera defensas... y ropa

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Capítulo 42
Fuera defensas... y ropa.

—Jerome, mi amor, despierta —ruego.

Tengo el corazón en la boca, lo sacudo tan fuerte como puedo y cuando por fin se mueve siento tanto alivio. Lentamente se gira para verme y yo me siento a su lado y toco su frente.

—¡Dios mío, estás hirviendo!

—¿Katalina? —tose.

—Mi bebé... Voy a llamar a una ambulancia.

—No...

Parece que quiere decir algo más y no puede.

—¿Tienes algún doctor que pueda venir? —trato de adivinar.

Con sus ojos cerrados, asiente ligeramente, así que tomo su celular de la mesa de noche y busco entre sus contactos hasta encontrar a un Dr. Santos.

Le hago la llamada, me responde pensando que soy Jerome, le explico que Jerome se encuentra mal y le doy todos los síntomas, no duda en decir que viene en camino.

—¿Desde cuándo estás así, cariño? —le pregunto, pero no tiene fuerzas para responder—. Traje comida —rápido asiente con la cabeza—. ¿Puedes levantarte?

Dejo todo sobre la mesita al ver que ni para sostenerse sobre sus brazos tiene fuerza. Destapo el contenedor de comida y recuerdo que también tengo pastillas para la fiebre en mi bolso.

—Ay, no... Déjame ayudarte.

Tiro de su tronco con fuerza y coloco sus almohadas detrás de su espalda para que se sostenga, entonces tomo la comida y le doy un par cucharadas porque también saco la caja de pastillas para darle una.

Qué horrible siento al verlo así de débil y pálido, ¿qué le sucedió?

—Debiste llamarme.

—No quería molestarte —responde entre los sorbos que le da a la cuchara, parece que solo tenia la garganta seca.

—Pero mírate, pudiste morir, ¿qué te sucede?

—Perdón, comenzó como un resfriado, pero poco a poco me fui debilitando hasta quedar así... Me tomó por sorpresa, no podía hacer nada.

—Jerome... —suspiro.

Abajo se escucha el timbre. Qué rápido llegó el doctor. Le dejo la comida a Jerome y bajo a abrir, encontrándome a un señor mayor delgado, alto y sonriente. Me recuerda mucho a un viejo comediante de televisión. Pregunta por Jerome y yo lo dirijo a la habitación.

—¿Cómo estás, hijo?

—Mal, doctor.

—Hasta acá puedo ver el virus —ríe—. Muy bien, chequemos a este muchachote.

Abre el maletín sobre la cama, dejando ver lo preparado que está con varias herramientas. No tengo idea para qué sirvan todas esas cosas, pero ahí están, y si las tiene es porque las ha usado.

Checa sus pulmones, garganta y sus oídos, supongo que para corroborar que tiene una infección.

—Tienes una infección muy fuerte —asevera, guardando su equipo y sacando su pluma y una libreta—. Bien, ¿quieres tomar pastillas o curarte rápido?

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora