17. Señor suegro (parte II)

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Capítulo 17
Señor suegro.


Solo es un reflejo el que tengo al tomar a Santiago de los hombros y ponerlo frente a frente conmigo.

—¿La conoces? —exijo—. ¿¡Cómo!?

Se queda mirándome con los ojos perdidos en quién sabe dónde. Tarda bastante, casi me da por agarrarlo del cuello y sacudirlo con tal de obtener una respuesta.

Esto no puede ser posible, me está haciendo pensar cosas que tal vez no debería... Pero es que es Santiago. ¡Santiago y la novia de Antoine!

—Es que...

—¿Qué?

—Yo... —se aparta de mí, rascando su frente—. No, yo solo la reconocí de un lugar.

Entrecierro los ojos con recelo.

—Tu reacción fue demasiado para eso —alzo una ceja—. ¿Me ocultas algo?

—En una tienda —confiesa al fin—. Ella trabajaba en una tienda a la que iba, creo que solía atender o algo así, pero eso es todo.

¿Por qué no confío en su respuesta?

—¿Seguro que no tuviste nada que ver...?

Abre los ojos de golpe.

—No todas las mujeres que conozco pasan por mi cama —habla a la defensiva—. Por Dios, hay diferencias muy marcadas.

Ahora suena normal.

Tiene razón, tengo tan arraigada esa idea de Santiago porque es tan liberal con las mujeres y seguro de sí mismo. Sonará descabellado, pero es que Santiago ha llegado a contarme cosas que simplemente hacen que deje de verlo de la misma forma.

—Discúlpame, no debí pensar eso.

Justo cuando niega con la cabeza, diciendo que no hay problema, el timbre de la puerta de afuera comienza a sonar. Alguien llama y estoy completamente seguro de que es ella, así que salgo casi corriendo para abrir.

—Ya estaba preocupado, mi...

Mis ojos se encuentran con los de Katalina, pero de reojo miran esa figura que está detrás de ella, un hombre alto y robusto: su padre.

Quedo serio y sin dejar de mirarla, me basta sin verlo a él directamente.

Lo último que me esperaba era encontrarlo aquí, en mi casa, hoy mismo. Mi mente parece entorpecer de pronto, no pienso bien qué decir, solo me sale una voz tenue cuando dirijo la mirada lentamente a la derecha.

—Qué gusto verlo.

Álvaro cruza los brazos.

—Quise acompañar a Katy —dice—. Espero que no te moleste.

—Para nada, no tengo problema con ello —casi titubeo—. Pasen, por favor.

—Jerome —me detiene Katalina—, esto es para ti.

Dios, es tan dulce que me enoja cuando apenas noto la caja de regalo y el flan que carga en sus brazos. Lo peor es que casi no reacciono por ver a su padre examinando cada rincón de mi casa con la mirada.

—Gracias... Gracias, Katalina.

—Creí que vivías en la otra casa —habla él y se me pone la piel de gallina—, pero ya me explicó Katy que la estabas cuidando.

—¿Sí...? —la miro y me asiente—. Sí, la estaba cuidando porque los dueños salieron de viaje y me encargaron a mi, ya que...

—Tampoco hacen falta explicaciones —me interrumpe abruptamente, serio.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora