35. La verdad

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Capítulo 35
La verdad.

Reyna

A calles se escucha la música de alguna quinceañera. Esa canción, escándalo. ¿Cómo puede haber gente tan feliz, seguramente cantando y bailando, mientras yo estoy aquí, destrozada?

No aguanto el hecho de saber que Antoine está lastimado por mi culpa, pero no sé qué hacer.

Lloriqueo en mi cama, me revuelvo en mi sábana y trato de apaciguar mi llanto colocando la almohada sobre mi rostro para que nadie me escuche.

De pronto algo me pone alerta, me callo para prestar atención a ese sonido, suena en el cristal de la ventana, es como si alguien lanzara pequeñas piedras contra él. Me levanto, aunque siento miedo de que sea un ladrón intentando entrar, muevo ligeramente la cortina y veo a Antoine abajo, haciendo ademanes. Deslizo suavemente la ventana.

—Antoine —trato de hablar lo más bajo posible—. ¿Qué haces aquí?

Este sube hasta mí por una escalera, lo hace con dificultad porque veo que tiene un yeso en su pie. Aún así no dudo en abrazarlo fuerte cuando llega hasta mí. Cuando me rodea con su brazo y toca mi espalda siento la venda de su mano.

—Perdóname por lo que te hizo mi mamá.

—Tú no tienes que disculparte —sujeta mi rostro entre sus manos. Verlo al fin me llena de paz—. Vine porque tengo algo importante que decirte —mi expresión se desvanece—. Reyna, huye conmigo.

—¿¡Qué!? —me ahuyento y él coloca sus manos sobre las mías antes de alejarme más.

—Quiero sacarte de aquí. No eres feliz viviendo así, nadie tiene que vivir así —se queda en silencio unos segundos, esperando mi respuesta, no sé qué decir.

—Antoine, ¿cómo puedes…? —me llevo las manos a la cabeza.

—Yo te sigo amando —me mira a los ojos—. Dejaste de hablarme y no quise molestarte averiguando el por qué, ahora me doy cuenta de que eso fue lo primero que debí hacer.

Comienzo a hiperventilarme, me siento entre la espada y la pared.

—Antoine… —ruego—. ¿Cómo dejaré mi casa?

—Sé que no quieres hacerlo, pero no puedes estar aquí si no eres feliz.

—¿A dónde iríamos?

—No muy lejos —toma mi mano.

Me quedo viendo nuestro agarre, pensando tanto en todo, jamás creí vivir algo así.

—Mi vida es un simple rayo de luz y tú eres un prisma —dice y yo me emociono con eso, hasta que recuerdo que traigo mi blusa de Pink Floyd. Le doy un golpecito en el hombro.

—Qué tonto… —saltan mis lágrimas.

—No llores —acaricia mi mejilla.

—Es que es muy difícil para mí, toda mi vida he estado aquí con mi mamá y mi hermano, dejarlos de pronto y sin decir nada…

—Lo sé, yo también dejaré a mi papá y Dominique, pero estoy dispuesto si tú lo estás.

Pienso. Pienso todo lo que puedo, trato de hallar razones y las hay de sobra. Toda mi vida mi madre ha estado con nosotros, se hizo cargo ella sola, puede que haya tenido muchas oportunidades de abandonarnos y no lo hizo, pero ¿a qué costo? En la vida ella me ha abrazado por voluntad propia, en la vida me ha dicho un simple «te quiero» o algo similar. Yo lo veía normal, incluso me pareció raro cuando escuché a otros niños decir «te amo» a sus padres, yo pensaba que eso se decía solo entre parejas y que no lo recibiría hasta casarme.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora