47. Interrupción

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Capítulo 47
Interrupción.


Katalina

Hace poco Reyna vino a mí diciéndome que el hijo de Jerome la invitó a salir. Ella de inmediato se asustó porque pensó que se lo pidió por su cambio de look. A mí me parece muy de película enamorarse de alguien en cuanto ves diferente a esa persona. No soy buena en esto, mi consejo fue que hablara con él. Tal vez no sea la mejor idea, pero es mejor quitarse las dudas antes que dejarle una desilusión.

En estos momentos estoy buscando mi celular por todos lados. En mi mochila, mis bolsillos y más, pero no está. Solo lo saco cuando salgo a comprar algo y lo regreso a la bolsa. No pueden decirme que me robaron en mis propias narices. ¿¡Cómo!?

La profesora se despide de nosotros y la mayoría se va, quedo yo sola en el salón. Enorme y maloliente salón... Es un asco. Luego de una extensa búsqueda a los alrededores de mi banco y quejarme del lugar donde estudio, lo doy por perdido.

Salgo al aire fresco. Suspiro e intento aguzar mi vista sobre el estacionamiento para ver si Jerome ya está ahí. Seguramente sí. Me preparo para bajar el pequeño escalón que hay, cuando de pronto escucho unas risitas venir de las esquina del edificio. Más específicamente, de dos tipos que están sentados en el escalón, con sus cabezas casi juntas, escuchando algo.

Sí. Algo de ese celular con funda de color azul verdoso. Mi celular.

—¿Será ella? —musita uno.

—No sé, pero cállate, deja oír.

Me acerco estupefacta a esos y arrebato mi celular de la mano de uno. Acercándolo me doy cuenta de que el maldito audio que escuchaban es ese maldito audio que olvidé borrar.

—¿Qué pasó? —se queja hasta que me mira, entonces parece reconocerme o algo así, porque yo no lo conozco de nada.

—¿¡Qué hacen ustedes con mi celular!? —exijo.

Quien lo sostenía se levanta de un saltito y comienza a sacudir las manos, pretendiendo que me relaje.

—Tranquila, nosotros nos lo encontramos.

—¿Se lo encontraron? —suelto una risa irónica—. ¿¡Dónde!? ¡Yo sé bien dónde lo tenía!

—No sé dónde lo tenías, según tú, porque nosotros... —voltea a ver a su amigo, el cual ya no está—. Bueno, ya. Ahí lo tienes. Y no pienses que quería robarlo, simplemente lo encontré.

—¿Lo encontraste en mi mochila?

—¡Que no!

—¿¡Por qué escuchaban esto!?

—¡Para saber de quién era...! —lo dice atropelladamente—. El caso es que ahí lo tienes de vuelta, ¿no? Fin.

Se aleja de mí con ambas manos levantadas y se va. ¿Qué clase de ladrón es ese?

Dios, mi alrededor se está llenando de gente tan extraña. Cruzo todos los árboles de mala gana para llegar al estacionamiento. El auto de Jerome es casi el único, excepto por unos cuantos que hay de profesores. No subo muy contenta que digamos, pero ¿por qué preocuparme? Ver a Jerome es una catarsis.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora