28. Confesiones

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Capítulo 28
Confesiones.


Estoy desarrollando manías bastante extrañas, me estoy volviendo un poquito loca. Lo sé. Por más que quisiera concentrarme como debería en mis estudios, hay algo que me desestabiliza, me saca del carril en otras palabras, me atonta, y ese algo está claro qué es.

En otras novedades, mis papás ya se enteraron de ese «rompimiento», mi mamá se extrañó mucho, y mi papá se lo tomó bien. Me volvió a repetir las reglas de no tener novio hasta que él me lo permita y esta vez sí pienso obedecerlo.

Por otra parte, Reyna se sintió mal porque fue ella quien me lo presentó, pero seamos sinceros, todo fue mi culpa en realidad por decir esa mentira desde un principio.

Ah, y la cereza del pastel, de algún modo, por los azares del destino, mis papás siempre supieron que me gustaba Mateo. Siempre supieron de eso y apenas hace un tiempecito, me lo confesaron durante la cena. Explicaron que no me habían dicho nada porque lo veían como algo inocente, aparte de imposible. Sí, claro. Aún así se esmeraron en hacerme entender que eso era un amor platónico y que, en otras palabras, ya no podía gustarme.

—Katy, ¿no piensas bajar a saludar a Mateo y Giselle? —entra mi mamá inesperadamente a mi cuarto.

Bajo unos centímetros la revista que leo para mostrarle mi mirada despectiva.

—No. —contesto decidida.

—Si es por lo de...

—Eso no tiene nada que ver.

—No seas así —gruñe en voz baja—. ¿Qué van a pensar?

—Lo último que puede llegar a importarme es lo que piense Giselle, y de paso Mateo.

—Pues al menos podrías bajar a decir: hola, ¿cómo están? Y luego te regresas.

—Ya qué... —resoplo. Dejo la revista en la cama y me levanto—. Me conduces a la falsedad.

—Sí, claro...

Me da unas palmadas en la espalda mientras bajamos. En la sala encuentro a mi papá con los dos mencionados. Pongo mi sonrisa más forzada y me acerco saludar como es común y debido.

Se suponía que solo era para saludar, pero ya llevo aquí unos minutos de pie en la pared. Doy media vuelta sin que me vean e intento subir las escaleras. Justo en el intento me interrumpen unas personas que llaman a la puerta.

—Kata, ¿están tus papás? —me pregunta Genaro.

Lo que faltaba...

Cómo odio que me diga Kata.

—¿Para?

—Venimos a saludar —contesta su esposa—. ¿Están?

Me hago a un lado en la entrada, haciendo un ademán para que entren y a la vez señalando hacia la sala.

—Están por allá.

Los dos entran, mis papás se sorprenden al verlos y lo mismo sucede con Giselle y Mateo. Inmediatamente, Amalia denota que no le agrada ni un poco ver a Giselle de nuevo. No sé qué tiene esa mujer que simplemente no. Tiene un aura a su alrededor llena de negatividad y que no te llena nada de confianza.

Entro a la cocina a buscar qué llevar a mi cuarto por mientras. Encuentro un panecito envuelto en unas servilletas de papel, que probablemente mi mamá escondía, lo tomo.

—Cómo me... —aparece Amalia del pasillo, quejándose—. Hasta la manera en que habla es insoportable... De haber sabido que estaban aquí, ni hubiésemos venido.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora