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Había una vez, un castillo en las profundidades del bosque. Este castillo siempre estuvo abandonado, rumores como que era habitado por una bestia horrible que devoraba personas; se había propagado por todo el pueblo cercano a dicho bosque, por eso las personas siempre temieron acercarse al castillo abandonado por los humanos.

Un día un pobre hombre que viajaba de regreso al pueblo, se vio detenido por una fuerte tormenta. Sin poder avanzar más con su carreta y caballos, decidió refugiarse en aquel castillo abandonado. Muy a su pesar por supuesto, tocó numerosas veces a dicha puerta, pero nadie respondió. El pobre hombre pensó que efectivamente estaba vacío, ¿y quién se molestaría porque él entrase a un castillo abandonado?

Dirigió lentamente a sus caballos y carreta a una pequeña choza de palma, cuyo propósito parecía que era cubrir del sol y la lluvia, más no del frío. Amarró las correas de los caballos a una de las vigas que pensó que eran más firmes y se envalentonó.

Tomó valientemente la decisión de empujar aquellas puertas de tres metros de alto y de pura madera, pero estas no se movieron ni un solo centímetro. Empujó una y otra vez, pero sus delgados y temblorosos brazos no pudieron abrir el par de puertas pesadas. El pobre hombre pensó que moriría por el frío afuera de ese castillo abandonado, y al ser tan temido por los pueblerinos nadie podría rescatar su débil y antiguo cuerpo. Suspiró en rendición y cansancio y se sentó a los pies de la puerta, esperando morir lamentándose el no poder ver por última vez a su joven hija quien le esperaba ansiosa en casa.

Cuando el frío había sido lo suficientemente helado para que sus huesos lo soportaran, aquel viejo perdió la conciencia. Y solo en un pequeño momento de lucidez; oyó como aquellas grandes y pesadas puertas se abrieron en un espantoso y lento chirrido, a la vez que sintió a su cuerpo flotar en una cálida y peluda nube por el aire.

Para cuando recuperó la conciencia aquel viejo se encontraba cautivo en una alcoba muy elegante y muy bien cuidada. Parecía como si alguien viviera ahí y la fachada lúgubre de afuera, fuera solamente una horrible ilusión; aquel viejo asombrado curioseó por la alcoba hasta que se sintió satisfecho. Sin embargo, cuando trató de abrir la puerta ésta pesaba lo mismo que la puerta de la entrada, en busca de ayuda gritó incontables veces sin recibir respuesta. Se cuestionó si realmente seguía con vida o solo estaba a punto de morir mientras su viejo cuerpo se encontraba en el suelo en medio de la tormenta, y esa alcoba era solamente producto de su imaginación moribunda en busca de consuelo.

Pasaron las horas y por una pequeña rejilla baja que había en una de las puertas de la alcoba, una bandeja con exquisita comida fue servida. El viejo dudó en comer dicha comida, puesto que la persona o lo que sea que lo había salvado no mostraba su cara ni hablaba con él. No entendía porque, esa persona claramente le había salvado la vida, pero ¿por qué no se mostraba a él?

Tres tiempos de comida más pasaron y ese viejo se estaba comenzado a morir de hambre, a pesar que cada plato de comida fue servido a la debida hora. Cuando ya no pudo soportar el hambre y debido a que se había mojado, su cuerpo comenzaba a enfermar. Tiritaba de frío, su estómago rugía de hambre. Si de igual manera iba a morir ahí encerrado entonces, prefería morir envenenado en una muerte rápida y no tan lenta como lo es la inanición. Decidió comer y tan pronto como terminó toda la comida, la pasó por la rejilla de la puerta.

Cuando oyó que alguien o algo había tomado la bandeja vacía se apresuró a hablarle 'Tengo más hambre' dijo con una voz lastimera que conmovería a cualquiera. Al cabo de unos minutos por la misma rejilla otra bandeja con mucha más comida cruzó la puerta. El viejo llenó sus mejillas con comida, como si fuera su última cena. Y por tres días el viejo vivió de esa manera.

Cuando aquel viejo se había ganado la confianza de su captor, logró salir de la alcoba. Vagó por el inmenso castillo que, aunque era sombrío y descuidado por fuera, por dentro estaba muy bien cuidado y los lujos se hacían notar. El viejo pensó que ese lugar podría pertenecerle a un hombre sumamente rico y ya que lo había salvado seguramente era una buena persona. A pesar de que buscó por todo el castillo no se encontró con su captor. Lo cual lo intrigó mucho, él quería saber quién había estado cuidando de él.

Mi hombre lobo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora