»eleven

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Ciclo.

Helena había terminado su relación con Tom porque no quería verse involucrada en todo ese lío de las artes oscuras. Pero al escuchar su discusión con Filch y ver que estaba en problemas, no había dudado en sacar su varita e intentar ayudarlo, sin detenerse a pensar en las reglas que estaba rompiendo, ni lo que pasaría si descubrían que habían atacado al conserje y a la señora Norris.

Apenas dejaron de correr (lejos del desastre que habían provocado afuera de la biblioteca), Helena miró con su ceño fruncido a Tom, y se fue enojada a su habitación.

Estaba molesta, sí. Pero en esos momentos no sabía si estaba molesta con Tom por llevar su interés por las artes oscuras demasiado lejos, sin pensar en las consecuencias, o con ella misma por involucrarse en todo ese lío, cuando su objetivo era estar lo más lejos de él.

—¿Estás bien? —le preguntó Adelaide, viendo de reojo como Helena se había quedado estancada por un largo tiempo en la misma página de su libro de pociones—. Has estado extraña toda la mañana.

Helena parpadeó repetidas veces, y llevó su mano derecha hasta su frente, masajeándola; le estaba comenzando a doler la cabeza. Había estado preocupada, esperando durante todo el día a que el profesor Snape o el mismo Albus Dumbledore la llamaran para decirle que habían descubierto lo que había hecho la noche anterior.

—No es nada. Estoy cansada por el patrullaje —respondió, levantando su mirada hacia Adelaide. Su mueca de dolor desapareció de inmediato, siendo desplazada por una sonrisa burlona—. ¿Qué traes en la cara?

Adelaide volteó su mirada hacía ella. Estaba frente al gran espejo de la habitación, con un pequeño frasco en su mano y la cara pintada con el color amarillo de Hufflepuff.

—Me estoy arreglando para el partido —respondió obvia—. Deberías hacer lo mismo, comienza en una hora.

Helena continuó viéndola con una sonrisa divertida. Cuando Slytherin no jugaba, Adelaide (al igual que todos los demás de Slytherin) se sentaba en las gradas y miraba el partido, criticando y burlándose de los jugadores de los equipos que jugaban, pero nunca había apoyado a ninguno—. Adelaide Murton apoyando a Hufflepuff, lo veo y no lo creo.

—Van a eliminar a los idiotas de Gryffindor, es una ocasión especial —se excusó—. Ahora ven, tengo que pintarte la cara.

Helena rodó los ojos, y con una sonrisa divertida se acercó a Adelaide, la cual pasó los siguientes quince minutos pintándole el rostro, mientras le contaba cómo se reiría de Oliver Wood por perder.

Después de eso, pasaron otros quince minutos en el gran comedor comiendo solo unas cuentas uvas y tomando jugo de naranja. Cuando faltaban treinta minutos para que comenzara el partido se dirigieron a la cancha de quidditch, al igual que la gran mayoría de los estudiantes, los cuales se aproximaban en masa con lienzos y grandes carteles.

Para sorpresa de Helena muchos alumnos de Slytherin llevaban los colores de Hufflepuff, algunos más notorios que otros. Al parecer su odio hacia Gryffindor superaba su desprecio a cualquier otra casa.

Adelaide ladeó una sonrisa, notando la evidente alegría en los rostros de los estudiantes de Hufflepuff, y el desánimo por parte de los de Gryffindor (los cuales, a pesar de llevar sus rostros pintados y lienzos con el color de su casa, sabían que la probabilidad de que ganaran aquel partido era casi nula).

—Vaya, el amarillo les queda bien —Ambas voltearon. Malcolm Preece (un cazador de Hufflepuff) estaba frente a ellas, recargado sobre su Nimbus 2000, sonriéndole confiadamente a Adelaide.

ᴏʙsᴇss ; tom riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora