»forty-three

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La verdad.

Las emociones de Helena nunca habían estado tan descontroladas y cambiantes como en esos momentos, y lo peor era que no sabía cómo volver a establecer sus sentimientos, o más bien, no sabía cuánto necesitaba hacerlo.

Aquel día; en la mañana había llorado dos veces al caminar por los pasillos y recordar a Cedric Diggory; en la tarde estuvo riendo a carcajadas viendo como Malcolm Preece y Anthony Rickett se llenaban la boca de ranas de chocolate intentando ganarle el uno al otro una tonta apuesta; y ahora, casi siendo las nueve de la noche, se encontraba melancólica, mirando por la ventana de la habitación de Tom Riddle, a las criaturas del lago nadar de un lado al otro, sin ningún tipo de preocupación, y sin la capacidad mental para cuestionarse las cosas y percatarse de las consecuencias.

Vaya que las envidiaba...

Oh, ahí estaba devuelta el llanto.

Con sus ojos llenos de lágrimas dio media vuelta, y lentamente dejó caer su cuerpo contra la pared hasta quedar sentada en el frío piso característico de las mazmorras.

Si el perder a un amigo que conoces desde los doce años era doloroso, el sentirte culpable por su muerte estaba calando tormentosamente en el pecho de Helena cada vez que Cedric Diggory volvía a sus pensamientos.

¿Cuándo dejaría de sentir dolor? Helena sentía que era algo de lo que nunca se podría deshacer.

Y se lo merecía.

Cuando Tom Riddle abrió la puerta de su cuarto, no se sorprendió al ver a Helena en tal estado, ya que había sido bastante recurrente incluso días antes de las vacaciones de verano, pero no podía negar que le comenzaba a parecer molesto.

Molesto, no porque tuviera que consolar a Helena cada vez que la encontraba en tal estado; él nunca se cansaría de estar a su lado fuera en la situación que estuviera. Le comenzaba a molestar el hecho de que la razón por la que ella estuviera así fuera el idiota de Cedric Diggory.

¿Por qué, incluso fuera del panorama, Diggory tenía que interferir en los pensamientos y felicidad de Helena? No parecía justo. Él estaba justo frente a ella, ¿por qué tenía que seguir pensando en Diggory?

Un pensamiento que no sonaba para nada egoísta en la mente de Tom Riddle.

—Lo siento, lo siento —dijo Helena al percatarse de la presencia de Tom, haciendo a un lado las lágrimas que caían por sus mejillas con el borde de su manga derecha.

Tom delicadamente retiró los mechones de cabello del rostro de Helena, los cuales estaban mojados por sus lágrimas—. No tienes por qué disculparte.

Helena lo miró a los ojos. Su mirada triste, sus mejillas y nariz rojas, y sus labios temblorosos eran la imagen que más había visto Tom las últimas semanas, inclusive, pocas veces había visto a Helena de una forma que no fuera esa, y, hasta cierto punto (dejando de lado la parte en la que Cedric Diggory entraba a la discusión), le gustaba.

La chica nunca se había mostrado tan vulnerable como en aquel momento, ni siquiera cuando fueron pareja. Y el que ella solo se mostrara así frente a él le daba a Tom un sentimiento de gratificación inigualable.

Helena confiaba en él, se sentía segura a su lado. Helena lo necesitaba.

No era como cuando eran pequeños, y Helena lloraba porque Emma Vanity la molestaba, o cuando Diggory había terminado con ella. Era distinto porque en esas ocasiones Helena había tenido el apoyo de distintas personas en su vida: Adelaide Murton, Penélope Clearwater, los chicos de Hufflepuff... Pero ahora, debido a las circunstancias, solo lo tenía a él.

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⏰ Última actualización: Jul 17 ⏰

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ᴏʙsᴇss ; tom riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora