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Sam me acompañó desde la mañana para el funeral, ella traía un vestido negro que le quedaba precioso y yo, como no tenía un traje, me puse lo mismo que había usado en Navidad. Aún tenía los ojos hinchados y más bien dejé de llorar por falta de lágrimas, no por falta de razones; a pesar de que era una mañana soleada y en otras condiciones el clima hubiera pintado para ser un buen día, para mí todo se veía gris; iban a incinerar a Grace, así que como no quería estar ahí, asistiríamos solamente a una ceremonia en su casa que su mamá había organizado.

La noche anterior fue terrible, después de aquella escena en las afueras del foro, me enfermé por tanta lluvia y Sam igual; me sentí horrible, Chris estaba triste por haber perdido el contrato y, aunque lo negaba, no podía perdonarme por fallarle. El sueño ya no me causaba calor en el pecho y más bien, me sabía totalmente amargo. Becca salió después y fue quien me convenció de meterme en la camioneta de Chris y quitarme de la lluvia. Tardé en asimilarlo, al principio, solo era dolor, más del que jamás había sentido; pero conforme pasaron las horas, sentí que una parte de mí, se había ido con ella, una parte que jamás podría recuperar y un yo que nunca más vería en el espejo. Ya no quería soñar, ya no quería pensar en música o en el futuro, ni siquiera me interesaban las calificaciones y, a pesar de que Sam se veía preciosa, solo era un borrón más en el panorama de mi cabeza.

En mi buró, junto a la cama y justo enfrente de un portarretratos electrónico que alternaba entre fotografías de mi familia y algunas con Sam, estaba el dije que le había regalado tiempo atrás, el que había dejado en mi sillón el día de nuestro último beso y el que representaría en el infinito que el primer amor, aunque no haya llegado primero, pase lo que pase, siempre dura para siempre.

Lo tomé y lo apreté fuerte en la palma de mi mano, por un momento, memorias de sus ojos pasaron enfrente de los míos, de los errores, de los aciertos, de lo bueno y de lo malo; de los besos, de las promesas, los sueños y entonces, un flash, una luz que solo podía interpretar como lo impredecible que puede ser el tiempo me cegó. Sam me abrazó desde atrás y yo me aferré a sus brazos.

Esa mañana, Dana y mi mamá tuvieron que combinar esfuerzos para consolarme, tenía una extraña sensación de frío en lo profundo del pecho y podía jurar que los latidos de mi corazón se escuchaban huecos, como cuando se te tapa un oído o cuando alguien te habla debajo del agua; no era yo, estaba fuera de mi cuerpo y desde arriba, miré cada una de mis piezas caerse una a una.

Para cuando volví a la realidad, solté las manos de Sam y volteé para abrazarla fuerte, inhalé por más tiempo del usual y luego lo solté todo en un suspiro. Podría describirte aquí lo frío que es el Ártico sin abrigo y lo oscuro que es cerrar los ojos en el negro absoluto de una noche bajo el bosque; pero nada se compararía con lo miserable que me sentía en el momento y cómo me duele, aún ahora, contártelo todo.

Sam me tomó la mano, yo le di un beso en la frente, respiramos juntos y entonces me tranquilicé un poco; salimos de mi cuarto y antes de que pudiéramos irnos, Dana me abrazó fortísimo. Mi mamá encendió el auto, puso las flores que había comprado en el asiento del acompañante. Sam y yo nos subimos juntos detrás, ella me dio una sonrisa a medias y me recosté en su brazo para descansar un poco.

Durante el camino, pensé en todas las fotografías que nunca tomé, lo mucho que me hubiera gustado hacer con ella y lo mucho que me dolía que la gran persona que un día amé, no era ni sería nunca más. Al final, los errores no eran más que eso y los minutos perdidos nunca habrían de volver.

Cuando llegamos a California, no había viento fuerte y el sol no quemaba como de costumbre; bajamos del auto y nos dirigimos a su antigua vivienda, a solo un par de casas de distancia. Grace siempre había sido alegre, así que su ceremonia fue en el jardín de su casa con muchas flores. Sobre el césped, habían mesas y sobre esas, decenas de fotografías de ella, sola, con amigos e incluso una de nosotros como pareja. Si se hubiera visto de afuera, ni hubiera parecido un día triste, lucía hermoso el jardín y se podía sentir la alegría que Grace mostraba siempre en el aire. Había listones blancos colgados de los árboles y butacas para la gente, finalmente, una foto ampliada de ella sonriendo, junto a un podio con un micrófono.

En las butacas, estaba su familia y mis antiguos compañeros de la preparatoria que, aunque recordaba más hostiles, ahora lucían diferentes, evoqué escuchar a Sam leer alguna vez: «Ninguna persona es la misma dos días seguidos».

Nos sentamos y después de algunos saludos incómodos y miradas encontradas, llegó el pastor cristiano a dar su ceremonia. Nos saltaremos esta parte, porque de no hacerlo, no creo contar con la fuerza suficiente para continuar esta narración. Espero no te moleste.

Al terminar la ceremonia, su mamá dio un discurso muy emotivo y dejó el micrófono abierto para quien quisiera compartir alguna experiencia o pensamiento para Grace. En ese momento, entró al jardín Greg, que traía un traje a la medida y que lucía como si nunca se hubiese enfermado, estaba más flaco, pero se mantenía más fuerte que yo. Cruzamos miradas y, con ellas, una sonrisa más bien triste.

Grace, a diferencia de mí, era una chica de muchos amigos y cada persona que pasaba la traía de vuelta en cada uno de sus discursos. A veces me pregunté, al ver el viento soplar, si ella nos escuchaba desde algún lugar.

Me convertí en blanco de muchas miradas, era como si todos esperaran escuchar lo que tenía que decir y, aunque quise levantarme, nada de lo que pudiese decir enmendaría lo mucho que habíamos dejado roto. Entonces Sam me sorprendió, se paró y caminó al micrófono.

-Conocí a Grace por coincidencia y, por circunstancias del destino, lo hice por muy poco tiempo. Ya han dicho suficiente acerca de lo maravillosa que era y pienso, sería una hipocresía de mi parte agregar algo porque ustedes convivieron más con ella. Sin embargo, los días que la conocí y las horas que llegamos a compartir en pláticas y risas, puedo comentarles que fueron auténticamente encantadoras. Grace fue una amiga, una gran amiga..., pero, sobre todo, una inspiración y una prueba de lucha. Quizá ustedes la conocieron en momentos de risas o en las mejores fiestas, pero yo lo hice en sus peores momentos y, siendo que se conoce mejor a una persona en las bajas que en las altas, puedo corroborar que era una persona magnífica -suspiró-. Me hubiera gustado poder tener más experiencias como las que ustedes compartieron con ella, pero me basta con saber que ella fue la prueba de que no se requieren años, sino una sonrisa sincera para impactar profundamente la vida de alguien. Grace vive y vivirá siempre que la recordemos, no con nostalgia, sino con cariño; así como en este día, que luce tan alegre, que sea así como viva en nuestros instantes. Y que, esté donde esté, sepa que cambió la vida de todos nosotros. Me gusta pensar que nos volveremos a encontrar, Grace.

Sam bajó del podio y la gente asintió mientras pasaba, antes de volver conmigo, se detuvo a abrazar a la mamá de Grace, que ya le tenía cariño.

-¿Ya te quieres ir? -preguntó Sam en un susurro.

Dije que no, pero la verdad era que sí; simplemente no podía quedarme, no quería estar ahí porque me dolía y me negaba a aceptar que ya no estaría más. Sam me tomó de la mano y me guio hasta la puerta, mamá me estaba esperando del otro lado de la acera.

-Jace, Sam -escuchamos una voz detrás de nosotros, Greg salió un segundo después de nosotros, lo miramos-. Gracias por todo -me miró-, por cuidarla, por nunca dejarla caer -miró a Sam-, gracias.

Quiso decir mucho más, pero se le llenaron los ojos de lágrimas y, a pesar de que intentó hacerse el duro, se le quebró la voz y se le cortó un instante la respiración. Sam lo abrazó.

-Lo siento mucho -dijo-. En serio lo siento, y gracias a ti...

-Por hacerla tan feliz, te quiso mucho -interrumpí-. Te quiere mucho -corregí.

Nos asentimos el uno al otro y luego también lo abracé.

-Gracias por todo -dijo.

Greg volvió al jardín y, aunque estábamos listos para irnos, algo me hizo voltear, sentí algo detenerme el hombro y entonces recordé.

Entré a la casa y, a pesar de que sabía que estaba mal, corrí por las escaleras para que no me vieran y subí a su cuarto, que antes me daba tantas pesadillas, pero que ahora, sería mi último adiós. Todo estaba acomodado y lucía más bien vacío, sin embargo, noté que aún tenía una foto conmigo en su mesa de noche, cerré fuerte los ojos para no llorar y me aguanté las ganas de volverme loco.

-Te perdono por lo que pasó, Grace, te perdono. Perdóname tú también -dije en voz baja y con lágrimas en los ojos, esperando que ahí, enfrente, me oyera ella-. Por los buenos tiempos.

Saqué el dije de mi bolsillo y lo puse sobre su cama.

En ese instante, pude respirar de nuevo y hubo paz en mí.

La sentí sonreírme desde ahí, donde las estrellas guardan su luz.

Preguntas FrecuentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora