25 años (segunda parte)

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Llegó el sábado y, por la tarde, acudí a la dirección que Josephine me dio. Quedé frente a una casa sencilla y de ventanas pequeñas. Se parecía mucho al lugar en el que imaginé que viviría.

Toqué la puerta un par de veces. Escuché pasos apresurados adentro.

—¿Quién?—preguntó Josephine.

—Soy yo.

—Oh.

Me abrió la puerta a la brevedad. Usaba un camisón amarillo, su cabello estaba trenzado y no traía ni una gota de maquillaje.

—Vaya, viniste muy temprano. Apenas iba a maquillarme—dijo, luego se hizo a un lado—. Adelante.

Dentro había pocos muebles pero era acogedor. Y olía a ella. A un lado de la cocina, en la reducida sala de estar, contemplé un estante repleto de libros. Y probablemente muchas libretas.

—Siéntete como en casa—dijo—. ¿Quieres té de frutos rojos? También compré galletas de azúcar. Se me olvidó preguntarte con qué sueles acompañar el té, pero las galletas de azúcar le gustan a casi todo mundo.

Me guió al comedor y luego se fue a la cocina a preparar la tetera. La contemplé de espaldas. Qué trenza más larga.

Tiene treinta y siete años ahora, pensé. No ha cambiado mucho.

Sentado en la mesa y con el olor de las manzanas y fresas perfumando el aire, sentí como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si Josephine y yo fuéramos quince años más jóvenes. Ser vulnerable me causaba dolor, pero no en esa casa. No con Josephine moviéndose con gracia en la cocina.

La mujer regresó con una charola donde estaba la tetera, tazas y galletas. Sus manos temblaban ligeramente. Su belleza natural y nerviosismo me abrumó. Quería decirle algo, pero no sabía qué. La miré servirme con parsimonia y después ir al estante. Cogió una vieja libreta que reconocí enseguida y volvió a la mesa, tomando asiento frente a mí.

La corte de las rosas—dijo, señalando la libreta mientras sonreía. Me dedicó una profunda mirada apoyando su mejilla en la palma de su mano.

—Te dije que en el futuro serías como el caballero Leirah, y veo que acerté—me dijo—. Te llaman el soldado más fuerte de la humanidad, ¿no es así?

Asentí con modestia.

—Increíble. Eres bello, elegante y con la fuerza de mil soldados—Josephine suspiró y ladeó la cabeza—. Lo tienes todo.

Desvié la mirada.

—Gracias.

—Oh, ¿te estoy incomodando? Lo siento—abrió la libreta—. Bueno, empecemos con La corte de las rosas.

Carraspeó y me preguntó qué era lo último que recordaba de la trama. Le di un breve resumen.

—Vaya, eso es prácticamente todo—dijo—. Quince años y no has olvidado ni el más mínimo detalle. Vamos directo al capítulo final.

Me dispuse a beber el té mientras escuchaba Josephine narrar la última aventura de Leirah contra el dragón de diamante, aquella que decidiría si su pueblo recuperaba o no las fuentes curativas que atesoraron por más de mil años. Por un instante todo el mundo real se evaporó dando paso a esta aventura épica. Solo éramos ella y yo presenciando la última batalla de un héroe legendario y una bestia tirana.

Y el héroe venció. Siempre es así. Pero Josephine era demasiado buena para que el último capítulo fuese como el de las demás novelas épicas.

Leirah, yaciendo en el suelo, contempló a su enemigo explotar en mil pedazos. El polvo de diamante devolvió al reino la belleza que alguna vez tuvo. Ya no había nada que temer. Leirah sonrió. La herida en su vientre era profunda, sabía que no iba a sobrevivir. "Para esto vine al mundo" pensó. "Ya puedo irme". Sombras borrosas aparecieron frente a él. Poco a poco se aclararon; era la corte de las rosas, todos esos caballeros con los que convivió y que dieron su vida para lograr encontrar las debilidades de la bestia. "Lo logramos, corte, lo hemos logrado". Su alma abandonó su cuerpo para reunirse con sus camaradas y descansar eternamente.

El libro de JosephineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora