Desperté cinco minutos antes de que ese artilugio raro sonara. No importó cuántos días pasaron. Nunca me acostumbré a él.
Las manecillas del reloj despertador quedaron congeladas cuando lo apagué. Sentí satisfacción. Me senté sobre la cama con pesadez y estiré los brazos y mi pierna sana. Acto seguido, tomé el bastón que descansaba contra mi mesa de noche y me puse de pie. Cogí la bata de terciopelo azul que tenía en el ropero y me la puse para luego atarla en un tosco nudo. Contuve un bostezo.
5:55 de la mañana. Cinco minutos de calma.
Hice una mueca al recordar que ya no eran necesarios esos cinco minutos de calma desde que Onyankopon se decidió a dar el salto de escribir no ficción a ficción. A veces era como un fantasma en su propia casa. Su ausencia me dio placer al principio, pero ahora me sentía abandonado. Ya ganaba suficientes millones con la venta de sus memorias, ¿no? ¿Para qué hacer otra cosa?
Y en esas memorias me pinta como un héroe trágico, pensé. Quizá mi existencia es trágica, pero no soy un héroe. Al menos no en el sentido estricto de la palabra.
Salí de mi habitación y me dirigí al comedor. Mi cuarto se encontraba en el primer piso y el de Onyankopon en el segundo. Hubiera preferido ese porque es más grande, pero debido a que la cojera ralentiza mis pasos, era mucho más conveniente que ocupara el del primer piso.
Contuve un bostezo y escuché ruidos en la cocina. Era Libiak, el cocinero, quien exprimía naranjas. Su horario de trabajo en la casa empezaba a las ocho de la mañana, pero siempre aparecía ahí desde las cinco y media.
—Buenos días, señor Ackerman—me dijo sin voltear a verme ni detener su actividad. No necesitaba ver mi rostro, pues le bastaba con oír el ritmo de mis pasos para saber que era yo.
—Buenos días, Libiak.
Esta vez, por fin, le hice la pregunta:
—¿Qué haces aquí a esta hora?
—Tengo que levantarme temprano y ponerme en acción. De lo contrario me quedo dormido.
Libiak era un hombre joven, alto y de piel morena. Tenía un acento particular cuando hablaba. Era muy hábil con los cuchillos y le gustaba preparar salsas.
—Si me levantara una hora antes de mi horario laboral me dormiría sobre la estufa—bromeó—. ¿Quiere que le prepare lo de siempre?
Tomé asiento en el desayunador.
—¿Y si me preparas algo de tu tierra?
Volteó a verme.
—No sé si podría tolerarlo. La comida de donde vengo es muy picante.
—Lo intentaré.
Libiak volteó a verme y sonrió.
—De acuerdo.
Entonces se dirigió al refrigerador para tomar lo necesario.
—¿Ya se despertó Onyankopon?—le pregunté mientras picaba tomates.
—Sí. Trata de invocar a las musas de la creación en su oficina. Solo me pidió jugo de naranja.
—Su adicción al trabajo va a matarlo.
—Esperemos que no.
Libiak trabajaba tan rápido que me costaba ver sus movimientos.
—Libiak, ¿vienes de Rosario, no es cierto?
—Así es. Un país hermoso.
—Solo he estado aquí y en Paradis. No he salido a otros lugares.
ESTÁS LEYENDO
El libro de Josephine
FanfictionCon tan solo diez años de edad, Levi es llevado por su mentor a un burdel para que tenga sus primeras experiencias sexuales. Pero las cosas no ocurren como se esperaba, y Levi sigue con su vida tratando de comprender a las mujeres a su alrededor y l...