30 años (cuarta parte)

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Sonia temblaba. No soltaba mi brazo. En cualquier otro momento la hubiera apartado, pero no en ese. No mientras nos dirigíamos a la granja de la familia de Harris.

—¿Qué pasa?—dije—. ¿No quieres verlo?

Ella apretó los labios.

—¡Claro que quiero verlo! Ha pasado un mes desde que se fue y lo extraño. Es solo que...

—¿Qué?

—¿Crees que le hará bien vernos?

—Sí. Recuerda la carta que nos envió su madre. Ya está en condiciones de recibir visitas.

Ella bajó la mirada.

—No me refiero a eso. Creo que ahora nos odia.

—¿Por qué?

—Por no seguirlo en la expedición.

Aproveché que se había inclinado para estirar un brazo y acariciar su cabeza.

—No nos odia—dije—. Él entiende nuestro sentido del deber.

—P-Pero...

—Andando, Sonia.

Cruzamos el camino de piedras y contemplamos los establos y el campo de tubérculos. Era un día soleado y prometedor, pero el rostro pálido y temeroso de mi compañera lo volvía gris. Una vez llegamos a la casa nos recibió Beth, la madre de Harris y Marielle, su hermana mayor. Eran un par de mujeres agradables con vestidos sueltos, cabello trenzado y pecas en la nariz.

—No sean tímidos, pasen—dijo Beth—. Mi querido Lance está en el jardín junto al gallinero. Preparé algo de té y pan.

Miré de reojo a Sonia mientras seguíamos a las mujeres. Estaba tensa.

La presencia de Harris tal y como está ahora le pesa tanto como la ausencia de Crown y Greta, pensé.

Sonia apretó los labios.

Ahora somos todo lo que queda.

Harris se encontraba al otro extremo de una larga mesa de madera. En ella no sólo había té y pan, sino también una olla con sopa y una ensalada de patatas. Vi que él tenía sus muletas reposando justo a un lado de la silla. Le vi intenciones de tomarlas para acercarse a nosotros así que decidí apurar el paso y saludarlo para ahorrarle esa molestia.

—Oigan, pregunta seria—fue lo primero que nos dijo, sonriente—. ¿Debería ponerme una pata de palo?

Sonia esbozó una sonrisa triste.

—Lance...

No perdió el tiempo y se inclinó para abrazarlo. Él lo aceptó enternecido.

—Vaya, vaya, qué cariñosa. ¿Estás ebria?

—Estoy en mis cinco sentidos, idiota. Te extrañé mucho.

—Y yo a ti. A ustedes—volteó a verme—. Hola, capitán.

—Hola, Harris.

Sonia y yo tomamos asiento y Marielle se apuró a servirnos. Una vez terminó, ella y su madre regresaron a la casa para dejarnos a solas.

Mi compañera relajó el cuerpo y miró alrededor.

—Qué lugar más agradable. Debiste invitarnos mucho antes.

Harris se encogió de hombros.

—Bueno, queda algo lejos y no quería molestar. Además el cuartel también es un lugar agradable.

El libro de JosephineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora