40 años (segunda parte)

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El café favorito de Falco, Amestris, parecía una casa de muñecas. Era un lugar pequeño y acogedor de paredes rosas y muebles elegantes que era frecuentado por colegialas y jóvenes universitarias. Las veía estudiar, leer revistas de moda o charlar con entusiasmo.

Isidra, la joven camarera, se acercó a nosotros sosteniendo una charola plateada.

—Soda evalessiana de fresa para el joven Grice—dijo, sirviendo las bebidas—. Y un espresso muy cargado para el señor Ackerman.

—Gracias, Isidra—dijo Falco ligeramente ruborizado.

Ellas nos guiñó un ojo a ambos y se fue con Thalia, quien se había sentado en un sillón a cinco mesas de distancia.

—Su enfermera nos detesta, señor Levi—dijo Falco mientras revolvía su refresco con la pajilla.

—No.

—Le damos asco.

—No es así.

—Siempre se niega a sentarse con nosotros.

—Dijo que es para darnos privacidad.

Falco me miró con una ceja levantada.

—Está bien, nos odia—admití, para luego dar un sorbo a mi café.

—Sé por qué nos odia—dijo Falco—. Porque somos gente de Eldia.

—No se puede cambiar la mentalidad de toda la población de Marley de un día para otro—dije.

El joven sorbió el refresco con el ceño fruncido.

—Tantos años y aun no me acostumbro al rechazo—dijo—. Sigue doliendo.

—De aquí en adelante todo irá mejor. La gente de Marley no tiene otra opción más que aceptarnos.

Falco miró de soslayo a Thalia, quien bebía su café en completa soledad mientras resolvía un crucigrama.

—Prefiero a Brie—dijo—. La prefiero a ella mil veces.

—Yo también.

Hubo un silencio incómodo entre nosotros. Miré los ojos tristes de Falco y no supe qué decirle. Ambos veníamos de la misma raíz, pero nuestros entornos fueron muy distintos. La vida en Paradis no era ideal, sin embargo casi todos nos veíamos como iguales entre nosotros. No había campos de concentración y las disputas internas eran entre mercaderes.

Tantos años de dolor y miseria, pensé. Y ahora estás aquí.

—Anímate, recuerda que estamos celebrando—alcé mi taza diminuta como si estuviera brindando—. Pide todos los refrescos que quieras.

Falco esbozó una leve sonrisa.

—Gracias por haber mecanografiado la novela de Joe—dije—. Apuesto a que no fue fácil.

—De hecho sí lo fue. Josephine tenía una letra muy clara y sus textos eran muy limpios. No encontré ni un solo tache. Disfruté mucho el proceso. Oye, por cierto, ¿cómo te fue en la editorial esta mañana?

—Me fue bien, supongo. Fui a la oficina del director, él tomó el manuscrito, me hizo unas cuantas preguntas sobre Josephine y me dijo que me harían llegar su veredicto en unos cuatro a seis meses.

—Vaya, qué sencillo.

Asentí.

—Todo gracias a Onyankopon. Sin él quién sabe cuántos filtros hubiera tenido que pasar.

—Ahora solo debemos esperar unos meses. ¿Está nervioso?

Negué con la cabeza.

—No. Van a aceptarla. Estoy seguro.

El libro de JosephineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora