En mis tiempos de soldado no solía dormir más de tres horas por noche a excepción de mis días libres. Tampoco me ponía ropa de cama y la mayoría de las veces me quedaba dormido en una silla. El insomnio se volvió parte de mi vida desde que tenía once años y lo acepté con la misma naturalidad que mis demás cambios físicos.
Pero las noches que pasé en la cama de Josephine fueron distintas. Después de entregarle mi cuerpo caía rendido a su lado, abrazando su desnudez. Me quedaba dormido tras contemplar su rostro apacible y embriagarme por su aroma a manzanilla y almizcle. Nunca hacía falta preguntarle qué soñaba, pues yo estaba seguro de que, al irse a dormir, su mente era invadida por guerreros de valor inquebrantable y bestias fantásticas que luego derramaba en su colección de libretas.
Aquella mañana desperté antes que ella. Era la primera vez que ocurría. Me dispuse a mirarla por un rato. Solía dormir de lado, echa un ovillo. Se veía muy joven así, incluso más joven que yo. Una vez más deseé que toda ella fuera solo para mí. Sé que era un pensamiento egoísta, pero no podía evitar sentirlo. Me lastimaba saber que entregaba su cuerpo a distintos hombres y que lo único que sentía por mí era ternura y cariño. Nunca sería su amante sin importar cuántas noches pasáramos juntos.
Quisiera que te enamoraras de mí, pensé. Aunque sea una parte de lo que yo me enamoré de ti.
Eso era lo que yo quería, pero sabía bien que no era lo que necesitaba. Ni ella ni yo. Amarme solo le traería dolor e impotencia. ¿Con qué derecho le podría pedir que fuera mía cuando yo no estaba dispuesto a abandonar la legión para que tuviéramos una vida juntos? Las mujeres tienen corazones frágiles, mucho más frágiles de lo que aparentan. Aurora me enseñó eso.
Quisiera que te enamoraras de mí, Josephine. Pero me alegro de que no sea así.
Ella abrió los ojos muy despacio y me dedicó una sonrisa soñolienta. Unos mechones de cabello le cubrían parte de la cara y los hice a un lado.
—¿Qué hora es?—me preguntó tras un bostezo.
—Como las seis de la mañana.
—Oh—se espabiló enseguida—. Tengo que beber la infusión.
—¿Qué infusión?
Josephine se sentó y al estirarse hizo una mueca de dolor.
—Vaya, me dejaste un poco adolorida y sin una gota de energía—sonrió—. Ya estoy algo vieja, y aunque en el trabajo puedo seguirle el ritmo a un muchacho de veinticinco años, contigo tengo que esforzarme bastante. Tienes mucho brío, Levi. Me gusta eso. Solo procura no romperme, ¿de acuerdo?
Se mordió el labio inferior sin dejar de sonreír.
—Lo siento, no me di cuenta de que te estaba haciendo daño—dije.
—No, no me haces daño. Eres muy enérgico y tienes mucha resistencia, eso es todo.
—Yo prepararé esa infusión. Tú quédate aquí—dije poniéndome de pie. Tomé su bata y me la puse para luego cerrarla con un tosco nudo—. ¿Cuál es?
—Tercera caja a la derecha en la alacena. Se llama flor alatriste.
Me dirigí a la cocina y puse a calentar un poco de agua en la estufa. Mientras hervía, fui a la alacena y la abrí para encontrarme con su colección de tés e infusiones. Cogí la caja pequeña que decía "Alatriste" y al abrirla me encontré con pétalos negros triturados. Esbocé una leve sonrisa cuando percibí su aroma picante. Mi madre solía beber esto muy seguido. Solía decirme que era su medicina y yo nunca pregunté por qué.
La tetera chilló y busqué una taza, a la cual le serví una cucharada de alatriste. Una vez la llené de agua y revolví, esta adquirió un color oscuro que no se decidía entre el azul o él negro. Regresé con Josephine y le entregué la taza. Ella me dio las gracias, cerró los ojos y aspiró el olor de la infusión.
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El libro de Josephine
FanfictionCon tan solo diez años de edad, Levi es llevado por su mentor a un burdel para que tenga sus primeras experiencias sexuales. Pero las cosas no ocurren como se esperaba, y Levi sigue con su vida tratando de comprender a las mujeres a su alrededor y l...