La luz

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Roger trató de levantarse de su cama torpemente, le pesaba la cabeza, pero se podía parar con normalidad, tuvo cuidado de no toparse con ningún buró en su casa mientras se guiaba con sus manos por el pasillo. Su arrugada piel denotaba su edad y su malformación en sus piernas le impedía realizar movimientos agiles, solo podía guiarse de sus brazos que, a diferencia de sus piernas que denotaban su evidente enanismo, eran de una proporción medianamente normal, todo un fenómeno entre fenómenos, pero Roger no tenía muchos problemas con ello.

Conocía su casa como su nombre del derecho y al revés, era capaz de guiarse por la misma sin necesidad de luz gracias a su ceguera y gracias a ello se ahorraba la factura de la luz, solo preocupándose por la limpieza de la misma. Su salario no era muy bueno, pero era el suficiente para subsistir. Roger trabajaba de conserje y aunque no luzca como el trabajo indicado, la verdad es que tuvo suerte de que lo encontrar un puesto. Antes de eso, el pobre enano se la pasaba vagando con los brazos extendidos en una urbe desconocida para él, incapaz de guiarse por si mismo pidiendo un poco de dinero a quienes estuvieran cerca; ruidos estruendosos inundaban sus oídos todos los días y nadie estaba decidido a darle una respuesta.

No fue hasta un día que dio con un edificio, guiado por las voces susurrantes de infantes que, inquietos, comenzaron a llamar la atención de su tutora, una dama con un tono de voz amable que puso su delicada mano en el rostro maltratado de Roger. El propio viejo no recuerda muy bien que pasó después de eso, pero no lo necesita, su vida ha mejorado considerablemente, o al menos en lo que él puede decir: Primero se levanta, desayuna esa comida sin gusto pero muy satisfactoria para él, luego se ponía sus ropas su sombrero, se ataba un vendaje en los ojos para, según, que la gente no tenga que ver sus ojos mirando a la nada, y seguía un camino excesivamente fácil para él directo a su trabajo, el orfanato, apartado de la pálida ciudad que le vio nacer, labora por aproximadamente doce horas, se lleva sus alimentos que, convenientemente, hizo que los cocineros del lugar le puedan intercambiar por una decima parte de su salario total, de todos modos no necesitaba más para vivir. Roger después volvería a su casa por la misma ruta, teniendo el resto de la noche para si solo. Un día para laborar y al siguiente para descansar, se le hacía un trato justo.

Sin embargo, esta vez fue distinto, esta vez inclinó la cabeza para percibir con mejor oído el golpe de la puerta, ya que la misma cacería de timbre... "¿Quién podrá ser?" se preguntó, prácticamente vivía en medio de la nada y era imposible que alguien viniera a visitarlo. Roger se extrañó, pero también se alegró en parte, pues si hubiera sido cualquier extraño, no se hubieran molestado en tocar primero, en especial con el alboroto que él mismo causaba al andar a ciegas. Dio con la entrada principal y pensó en abrirla, pero se arrepintió rápido y decidió hablar.

-Si- dijo con voz ronca - ¿quién es?

Al otro lado de la puerta, Roger percibió la dulce y un poco aterrada voz de un niño, quizá de no más de diez años, que le respondió al momento.

-T-traigo un sobre para usted, señor...

-Llámame Roger, pequeño- supuso que era un niño, y no se equivocaba -ponlo cerca del buzón y yo lo recojo.

Roger extendió su mano por el buzón y sintió el papel de la carta en sus manos, luego las volvió a meter y al abrirla, descubrió que estaba escrito en braille, y eso solo podía significar una cosa...

-Señor...- el niño sacó a Roger de sus pensamientos -necesito su firma.

-Niño- dijo Roger -no quisiera arruinarte el día, pero... Ejem, soy ciego y no tengo una "firma" para estas cosas.

- ¿No tiene firma? - dijo el niño -pero todos los adultos la tienen.

-Este adulto no- repuso el viejo - ¿hay alguna manera de compensarlo?

Little Nightmares School AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora