Capítulo 14

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Había sido muy valiente al quedarse, porque no tenía ni idea de lo que le haría en el salón de juegos... Ni idea.

Anduve hasta el salón de juegos a paso firme y él entró con la cabeza gacha. 

—De rodillas en el suelo. —le ordené, y él rápidamente lo hizo.

Me cambié con la ropa que usaba habitualmente en el salón de juegos y al salir del armario Zayn estaba en el suelo, mirándome, suplicándome con los ojos.

Lo ignoré y fui a paso decidido hasta el mueble. Agarré el collar, fui hacia él y se lo puse, pero esta vez esa suavidad con la que siempre lo trataba ya no estaba, y al parecer él lo notó, pero no dijo nada.

—Levanta y desnúdate. —le ordené, y él cumplió las órdenes, pero un poco más despacio de lo normal. Y una vez hubo terminado me miró y tragó saliva. —Ven. —ordené, parándome frente a una plataforma de madera con cuatro columnas en cada esquina. Él lo hizo y me miró. —Túmbate mirando hacia arriba.

—¿Qué me vas a hacer? —me preguntó con miedo mientras hacía lo que le había ordenado.

Lo ignoré y fui hacia el mueble, agarrando las cuerdas, la vara de madera y el vibrador más fuerte que tenía.

Volví hacia él escondiendo la vara y até sus muñecas en las columnas de arriba de su cabeza. Después alcé sus piernas y las até justo en el lugar donde até sus manos, y coloqué una cuerda en cada una de sus rodillas atándolas en las otras columnas libres, de modo que no pudiera cerrar las piernas.

Volví de nuevo al mueble y agarré una mordaza.

—¿Qué es eso? —me preguntó, y otra vez, yo no respondí. Me agaché junto a él y empecé a ponérsela. —Por favor, Willa. —me suplicó. Apreté la mandíbula. 

—Aquí dentro, para ti soy tu ama. —dije fría, y le coloqué la mordaza en la boca.

Me coloqué detrás de él y subí la plataforma, de modo que él se quedara a la altura de mi cintura.

Introduje un dedo en su interior, sin lubricante, y se tensó, supuse que por mi brusquedad. Lo saqué y lo metí repetidas veces y después introduje el vibrador en su interior.

Lo encendí y gritó. Era un vibrador potente, y lo sabía. Y su miembro empezó a subir. Empecé a masturbarlo duramente y gruñó.

—No puedes correrte, si lo haces te azotaré con la vara. —le dije seriamente. Y sabía que terminaría corriéndose, pero yo no se lo permitiría.

Él emitía gemidos y sollozos mientras yo lo masturbaba duramente, llevándolo hasta lo más alto. Suplicaba aunque fuera inteligible lo que dijera.

Le quité la mordaza y la dejé a un lado. Ahora que estaba desesperado quería escucharlo.

—Por favor, por favor. —sollozó, suplicándome.

—No. —negué, fría, sin dejar de masturbarlo.

—No puedo. —sollozó. —Por favor. —suplicó de nuevo, gritando alto mientras arqueaba su espalda, intentando controlarse. Negué una vez más con la cabeza y sollozó de nuevo, mientras que brotaban lágrimas de sus ojos. —Por favor, ama. —gritó, y su voz se quebró en la última palabra.

—No. —le negué una vez más, y gritando alto se corrió, sollozando.

Saqué rápidamente el vibrador de su interior y lo dejé a un lado. Su respiración estaba entrecortada y su cara mojada a causa de las lágrimas. Lo miré severamente y él sollozó. 

—¿Te he dado permiso para correrte, Zayn? —le dije, fría. Él cogió aire y no dijo nada. —¿Te he dado permiso o no? —dije alzando la voz. Él negó con la cabeza y sollozó de nuevo.

Agarré la vara y lo azoté, sin que se lo esperara. Y gritó, de dolor.

—Ahora vas a contar cinco azotes, ¿me oyes? —dije seriamente, y él sollozó y asintió con la cabeza. Y estaba siendo considerada, porque con todos mis sumisos habían sido diez corriéndose cuando yo no se lo había permitido.

Lo azoté y gritó. 

—Uno. —gritó, alto. Y de nuevo. —Dos. —gritó de nuevo. Y lo azoté otra vez. —Tres. —gruñó. Y otra vez. —Cuatro. —sollozó. Y el último. —Cinco. —dijo con la voz quebrada.

Dejé la vara y acaricié sus nalgas rojas con algunas marcas en ellas.

Liberé sus piernas, y finalmente sus muñecas. Él no hacía más que sollozar, con la cara girada hacia un lado y la respiración entrecortada.

—Ya puedes levantarte. —le dije cogiendo todo lo que había usado y dirigiéndome al mueble.

Me giré hacia él, quien se acariciaba el trasero, adolorido, supuse.

Me miraba, pero no decía nada. Se veía vulnerable, mucho. 

—¿Por qué? —dijo con la voz quebrada.

—¿Por qué qué? —dije yo, permaneciendo igual de fría.

—Me has hecho daño. —dijo con la voz quebrada, y su forma de decirlo, me hirió.

«No quiero que me hagas daño.»

Y acababa de hacérselo. Pero... Yo estaba tan enfadada...

—Lo siento. —susurré. Fue lo único que pude decir.

—¿Por qué has hecho esto? —dijo con un hilo de voz.

—Estaba enfadada. —murmuré. Otra lágrima resbaló por su mejilla. 

—¿Y por eso has sido tan cruel? Nunca en mi vida me había sentido peor... Yo... La primera vez que entré aquí podía sentirte. Y hoy... —negó con la cabeza y sollozó de nuevo. —Estabas tan distante...

Me acerqué a él y me abrazó, sollozando. Mierda... Me sentía tan mal. Pero era sólo ahora. No me sentía mal, impidiendo que se corriera, no me sentía mal azotándolo, no me sentía mal... Hasta ahora.

Acaricié su mejilla y sus ojos miel, brillantes, se fijaron en los míos. Nunca me había dado cuenta de lo bonitos que eran, ni de las largas pestañas que los adornaban, ni de ese brillo especial. Tampoco me había dado cuenta de que sus labios eran rosas y carnosos, apetecibles.

—Bésame... Por favor. —susurró.

«Yo nunca beso a un sumiso.»

Pero él ya no es solo un sumiso, y acababa de darme cuenta de ello.

Junté sus labios con los míos y su lengua acarició la mía, ansioso, como si hubiera estado esperando por mucho tiempo. Colocó ambas manos en mis caderas, tímidamente, ya que tardó en posicionarlas sobre éstas. Al principio simplemente las rozaba, hasta que terminó poniéndolas ahí.

Y cuando mis labios dejaron los suyos, sus ojos brillaban más intensamente que antes.

—Lo has hecho. —susurró él.

—Sentía que debía hacerlo. —dije yo de vuelta.

—¿Como perdón? —susurró, y por sus ojos cruzó un destello de miedo.

—No, porque lo sentía. —dije siendo honesta.

—Tú nunca besas a un sumiso. —me recordó, y yo tuve que tragar saliva.

—Tú siempre cambias las cosas, Zayn. —susurré. —Nunca había dormido con un sumiso. Nunca había tratado a un sumiso como te trato a ti. Nunca... Nunca he besado antes a un sumiso, Zayn. Ni tampoco he tenido sexo con ninguno aunque lo hayan intentado. —susurré, diciéndole la verdad sobre todo, y al parecer él no se esperaba todas esas confesiones.

—Y... Conmigo sí. —susurró. —Bueno... Íbamos. —añadió en voz baja. Asentí con la cabeza y suspiré. —¿Puedo... Hacerte otra pregunta? —dijo con la voz temblorosa, y tragó saliva.

—Sí.

—¿Tú... Me quieres? —susurró con miedo.

Y esta vez era yo quien no me lo venía venir.

BDSM | Zayn MalikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora