IV

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Parecía broma como en solo cuestión de horas la lluvia podía ser impresionante y luego el sol salía como si nada. Esos eran los verdaderos extremos de la vida, podía jurar que nunca dejaría de sorprenderme.
Me senté en mí cama, viendo las sábanas blancas que me rodeaban y como el petricor o famoso "olor a tierra mojada" entraba por la ventana y daba los pocos indicios de que había caído una lluvia torrencial.

Me vestí para ir a la escuela y bajé a desayunar. La mañana era fresca, pero si estabas dos minutos al sol, probablemente haría suficiente calor para no usar ningún abrigo. Aún así, me puse un chaleco marrón de lana justo encima de mí remera blanca. No volvería a usar una camisa en décadas, estoy seguro.

Mí madre ya se encontraba en la cocina, tenía un diario en sus manos y unos pequeños lentes grises decoraban sus ojos. Me acerqué a ella aun sabiendo que desde el día anterior se mantenía enojada conmigo. El que no arriesga no gana, dicen por ahí.

—Buenos días.—Saludé, mirando como mí madre levantaba su mirada y me dedicaba una mueca impaciente. No pude evitar sonreír por eso, no importaba cuánto me retara por mis actitudes infantiles, ella me perdonaría.

Y a eso lo confirme en cuanto ví mí mochila colgada en el perchero con los libros mojados siendo secados por un ventilador. Además de una pequeña taza de café que descansaba en la mesada. Mí sonrisa se estiró rápidamente y de manera silenciosa me acerqué a ella y deposité un pequeño beso en su cabeza.

—No te creas que no estás castigado, Lee.

—Es un avance. —Comenté mientras tomaba la taza con el café y bebía todo en solo unos segundos.

—Ten cuidado con el camino de tierra, sabes que después de las tormentas se generan enormes pozos de barro. —Advirtió mí madre, sin despegar la vista del diario que leía. Asentí en respuesta, tomé mí mochila, guardé las cosas y salí de casa.—¡No vuelvas tarde, Felix!

—¡No lo haré, mamá! —Contesté, subiendo a mí bicicleta y apretando el pedal para empezar un día más.

Tenía que admitir que luego de las  fuertes lluvias, el clima cambiaba mucho. Se sentía más limpio y hasta daban ganas de respirar el doble de rápido. Me levanté del asiento de la bicicleta solo para estirar mí mano y tomar una de las flores que caían de los árboles. Una vez que la tuve en mis manos, solté de a poco sus pétalos, dejando que se los lleve por detrás el viento.

Definitivamente ese era el mejor momento del día.

Pero me ví obligado a detenerme en cuanto vi a Hyunjin apoyado en la valla que separaba el campo vecino con la calle de tierra y su bicicleta totalmente hundida en barro. El pelinegro no parecía estar enojado, de hecho, se veía divertido con la situación. En cuanto me vió, una sonrisa decoró su rostro y se acercó emocionado a mí.

—Adivina qué. —Preguntó el pelinegro con una sonrisa en su rostro. Mí mirada viajo de el, a la bicicleta hundida en barro.

—Por lo que puedo deducir, diría que estás en un grave problema.

—¿Problema? Felix, no tengo que ir a la escuela. ¡Es una excusa perfecta!

—¿Acaso tienes diez años? —Pregunté con una ceja levantada, Hyunjin rodó los ojos.

—¿Y tu ochenta y tres?

—Ya. —Solté sin más, haciendo al pelinegro sonreír de nuevo.—Subete a la mía, iremos juntos.

Hyunjin me miró como si aquello le ofendiera, pues, básicamente, estaba arruinando su plan perfecto para faltar a la prueba de Química. Pero luego de unos segundos de suspiros y comentarios negativos a mí persona, se acercó a mí bicicleta, aunque no se subió a ella. Su cuerpo se quedó en frente mío como si lo que estuviera viendo fuera realmente un grave problema. Fijé mí vista en donde el miraba, notando como la goma de mí bicicleta se había desinflado tras entrar en un charco de barro.

Con amor, un Homofobico - [Hyunlix] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora