Marchábamos Dormidos

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Viernes, 23 de abril de 1937.

1700 horas.

Cuartel de la ciudad.

Cuando desperté, Torito había desaparecido. Típico.

Todavía no había señal de Tuerto por ningún lado. Más forraje para que el teniente lo usara en mi contra más adelante. Aún era temprano, pero teníamos que hacer un turno doble esa noche de todos modos. Podía sentir mi cara y mis ojos hinchados por mi siesta casi inútil. No puedes reparar tres días sin dormir con una siesta de cinco horas. Te despiertas más cansado que antes. Pero estoy divagando.

Ya me estaba preparando para despertar a Camarada para ir a buscar a Torito al Zurito cuando Torito mismo en carne y hueso entro a las barracas. Fiel a su apodo, estaba rojo de la ira. Algo había sucedido.

—Llegas temprano —comenté, pero solo obtuve un saludo desdeñoso como respuesta.

—No podía concentrarme —dijo—, la falta de sueño me está afectando.

—Lo mencionaste antes.

—Sí, bueno —dijo Torito mientras se desplomaba en su cama de paja—, ahora es serio.

En algún momento logramos despertar a Camarada con nuestra charla porque estaba sentado en su cama cuando me voltee a verlo.

—La falta de sueño puede afectar el desempeño —dijo Camarada con expresión neutra.

Fue un comentario inocente, pero pareció irritar y enojar más a Torito. Tiró su cartera y golpeó su cama con frustración. —No, no. No es eso. El Torito no sufre de ningún problema de rendimiento. Es este puto ruido.

—Sí —dijo Camarada mientras se ponía de pie—, el fuego de artillería se vuelve molesto después de un tiempo.

—Eso no —dijo Torito—. Era diferente.

Recordé que mencionó algo sobre un ruido de desguace ese mismo día. Quizás fueron nuestras mentes jugando con nosotros. Estábamos privados de sueño, muertos de hambres y constantemente nerviosos. Varias personas se habían vuelto locas por aquellas fechas. Algunos intentaron escapar, solo para ser capturados por nosotros o por las fuerzas revolucionarias. Algunos intentaron fingir una enfermedad, o incluso llegaron a lastimarse para tener una excusa para no pelear. Pero en tales guerras, cada hombre cuenta.

Por supuesto, cuando se aplica tal presión a un hombre, sin salida, se comprende lo atractivo que parece ser el cañón de una pistola. Paz con solo apretar un gatillo. La salida más fácil.

Después de todo, la espera era la peor parte.

—¿Que ruido? —preguntó Camarada.

En realidad, era bastante raro que ambos hablaran entre ellos sin intentar arrancarse los ojos, así que no comente nada.

—Era como ... música.

—A la mayoría de la gente le gusta tener algo de música mientras —comenzó a decir Camarada, pero Torito comenzó a chillar una melodía sincopada que hizo que tanto Camarada como yo retrocediéramos.

—¡Hostia, tío! —gritó Camarada, haciendo sonreír a Torito con malicia.

—¿No te gustó la hermosa música de fondo de mi acto sexual? —dijo Torito—. Ahora, imagina eso dentro de mi cabeza.

—¿Y se detuvo? —pregunté.

—Eso es lo raro —dijo Torito—. A medida que me alejaba del Zurito, la música se hacía cada vez más débil. No puedo escucharla ahora.

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