No Contarías Con Tanto Entusiasmo

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Lunes, 26 de abril de 1937.

0630 Horas.

Iglesia San José.


Resulta que llevar a alguien a quien le falta una pierna es más difícil de lo que parece.

Lula ya era ligera antes del accidente, pero casi ingrávida sin su pierna. El problema es que todo el peso que había estaba desequilibrado lo que la hacía resbalar hacia adelante o hacia atrás. Las pocas posiciones en las que me sentía cómodo llevándola le dolían más. Al final, la arrojé sobre mi hombro como un saco de papas y comencé a trepar por el campanario.

—Lo siento—susurró ella, que sonó más como un grito con el eco reverberando a través de la estrecha escalera.

—No es tu culpa —le dije.

—Todavía lo siento —susurró—. Por todo.

—No hiciste nada malo. En todo caso, es culpa mía. Fui yo quien te disparó en la pierna.

A eso, ella me abofeteó detrás de la cabeza. —Eres un gilipoasl. Fui yo quien decidió entrar en la cueva. Intentaste detenerme y no te escuché. Esto es tanto mi culpa como la tuya.

—Entonces, admites que fue mi culpa.

—Parcialmente, sí —dijo—. Pero no todo fue culpa tuya.

—¿Qué pasa con lo que dijiste en el cuartel?

—Estaba bajo la influencia de esa extraña cosa líquida —dijo—. No quise decir esas malas palabras.

—No fueron malas. Eran la verdad. Yo te hice esto.

—Parcialmente —interrumpió ella.

—Parcialmente —repetí—. Y ahora, tengo que asumir la responsabilidad por ti mientras viva.

Fue bastante vergonzoso decirlo en voz alta, lo admito, al igual que mi cara cuando el calor se extendió por toda ella. Creo que también estaba avergonzada por eso, ya que no respondió durante al menos un minuto mientras subíamos lentamente. No fue hasta que llegamos a la cima que rompió el silencio.

—¿Crees que podré tocar la campana? Parece pesada.

Sobre nosotros había una enorme campana de bronce, una que, debido al óxido, no se usaba tanto como la de Santa María. Necesitaba un poco de amor y mantenimiento, pero aun servia. Había un conjunto de poleas y cuerdas que abrazaban una columna. Fue allí donde coloqué a Lula. No sirvió de nada hacer que se pusiera de pie, así que la hice sentar debajo de una palanca. Todo lo que tenía que hacer era tirar de él hacia abajo y, en teoría, sonaría el timbre.

Lula estornudó tan pronto como se sentó, haciendo que una nueva nube de polvo volara hacia arriba, haciéndola estornudar aún más. Chillaba como un ratón cada vez que lo hacía. No hace falta decir que era adorable.

—Podría prescindir del polvo—dijo, frotándose la nariz con las mangas como una niña.

—Me aseguraré de limpiar la próxima vez que necesitemos salvar la ciudad —dije con una sonrisa.

Eso la hizo sonreír, aunque fuera por un segundo. Cualquier habitación resplandecía cuando aparecía su sonrisa llena de dientes, y esta no era una excepción. Era incluso más brillante que el sol. —No te tomé por alguien a quien le gustan las bromas macabras.

—Puedo bromear o llorar en este momento, y no te gustaría que llorara.

—¿Ah, de verdad?

—Me pongo todo rojo e hinchado —le dije, arrodillándome frente a ella.

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