Tú También Pudieras Marchar

6 2 0
                                    

Sábado 24 de abril de 1937.

1936 horas.

Iglesia de San José.

Tuvimos al sacerdote atado a una silla en un santiamén. Su nariz se había roto y le faltaban unos pocos dientes aquí y allá del pisoteo sacrilegico de Camarada,. Estaba inconsciente, pero aun respiraba. El padre Iñaqui también se recuperó en algún momento, pero decidimos que una mordaza y un viaje a la bodega era suficiente para mantenerlo en silencio.

Todo se sentía mal. La violencia no pertenecía a esos terrenos sagrados. Dije antes que no soy un hombre religioso, pero creo que debe haber algo en algún lugar donde las almas inmortales van después de la muerte. Después de ese momento, era obvio que una eternidad en un pozo ardiente era mi única expiación por mis pecados. Un destino que todavía creo que merezco.

—¿Encontraste el mapa? — le pregunté a Camarada después de que todo se calmó lo suficiente como para tener una conversación.

—Negativo. Hay demasiados documentos.

—Bien, bueno —dije, lo que no tenía sentido, en retrospectiva—. Voy a echar un vistazo. Cuida a Maximino mientras.

—Espera —dijo Camarada mientras me agarraba por el brazo—. ¿Por qué tengo que cuidar del sacerdote del diablo?

—Está dormido. Dudo que pueda hacer mucho más que babearse y roncar.

—Por ahora. Pero puede despertarse y dominarme con sus poderes de mago religioso —dijo con la expresión más vacia e idiota que he visto en mi vida.

—Yo que sé. Tirale agua bendita si se despierta —le dije.

—Eso es pura chinchorreria religiosa.

—El hombre puede desaparecer a voluntad y arrojarnos como piedras en un arroyo. Creo fervientemente en esas chinchorrerias religiosas.

—Por el amor de... está bien. Bien. Vamos a hacerlo a tu manera.

Se arrastró torpemente a la entrada, agarrando una palma de agua bendita que en su mayoria se derramó al suelo mientras se acercaba al sacerdote, lanzándolo al rostro del sacerdote en un movimiento rápido.

—¡No ahora! Cuando se despierte —le grité.

—¿Por qué no lo dijiste antes?

—¡Pensé que era obvio!

Solo sirvió para despertarlo de su estupor. El sacerdote gimió y gimió mientras intentaba moverse en su asiento. Le tomó unos segundos darse cuenta de que estaba atado.

—¿Ves? Lo despertaste —le dije.

—Te culpo por esto.

—¿Qué estáis haciendo ustedes dos paganos sucios? ¡Soltadme de una vez! —dijo el sacerdote gordo. Intentó y lo intentó, pero Camarada era un experto fabricante de nudos. Cuanto más luchaba, más apretado se ponían.

—Calladito te ves mas bonito —dijo Camarada, retrocediendo el sacerdote a través de la cara. Estaba disfrutando de esto más de lo que creí. Me alegra que nunca lo tuve de enemigo.

—¡Estáis haciendo daño a un hombre de Dios! —gritó al sacerdote. No estaba disuadido en absoluto.

—No lo sé —dije mientras me acercaba a él—. Un hombre de Dios no le dispara a la gente en el brazo—dije mientras le mostraba el maldito trapo que cubría mi herida.

—Estoy haciendo la voluntad del Altísimo —dijo el padre Maximino—. No sois más que insectos en el gran plan celestial.

Camarada había vuelto a la cuenca, lanzando un fresco puñado de agua sagrada en su rostro. —Calladito, diablo.

El SonajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora