Sábado, 24 de abril de 1937.
1000 horas.
Cuartel de la ciudad.
Pasamos horas tratando de encontrar una buena excusa para evitar escoltar al convoy, pero nos quedamos en blanco. Bueno, me quedé en blanco. Camarada ideó cientos de formas pero casi todas y cada una de ellas implicaban algún tipo de daño corporal.
—¿Qué tal si te apuñaló en el pie? —dijo mientras giraba su cuchillo de trinchera entre sus dedos —. Eso debería bastar.
—Paso —dije —. Me gustaría mantenerme intacto.
—Entonces, ¿qué tal un puñetazo en la mandíbula? Te golpeas contra el suelo, te desmayas, todo el espectáculo.
—Denegado.
—¿Por qué? Eso te mantiene intacto —dijo Camarada. Agarró el cuchillo y lo arrojó directamente entre sus pies. Pude sentir una especie de placer enfermizo saliendo de él cuando el cuchillo se acerca a sus pies sin tocarlo.
—Nada de daño corporal —dije —. ¿Por qué no trato de derribarte?
—No podrías derribarme si pudieras. Soy sólido, como la Unión Soviética. No puedo romper mi telón de acero.
—Probablemente podría apuñalarte en el pie.
—Paso —dijo—. ¿Por qué no le rompemos los dedos a Abarran? Es joven y se curará rápido.
—¿Cómo ayudaría eso?
—No lo sé, Sebas. Solo estoy lanzando ideas. Joder.
Arrojó su cuchillo al suelo una vez más, esta vez recortando una pequeña parte de sus botas. Se humedeció los labios en señal de victoria.
—De todos modos dudo que podamos salir de esta —dije. Recuerdo que pensé que de alguna manera podría atravesar el campamento, pero desde el incidente con los aviones todo el lugar estaba en alerta máxima.
—Nuestra única esperanza es terminar la tarea rápidamente —dijo Camarada. Esperanza siendo la palabra clave aquí.
Ese día enviaron otros tres escuadrones con nosotros. Uno de ellos era de Santiago, el otro tenía dos de los matones del Teniente, probablemente para mantenernos bajo control.
Todo se sintió raro, demasiado rígido o demasiado formal. No pude evitar sentir que algo andaba mal en el aire, algo más de lo habitual. Los dos matones seguían mirándonos.
—¿Qué pasa con esos dos bufones? —preguntó Camarada.
—No lo sé, pero no me gusta cómo nos miran.
No eran solo matones al azar. Pude reconocerlos como los mismos matones que se habían llevado a Torito la noche anterior.
—¡Oye, Sebas! —dijo Santiago de la nada. Podría haber jurado que lo vi al otro lado del campamento unos segundos antes —. ¿Tienes un cigarro?
Por supuesto, le di uno. Se lo había ganado.
—No deberías regalarlos —dijo Camarada, midiendo a Santiago de arriba a abajo.
—Oye, Mikolas, ¿verdad? —dijo Santiago. Palmeó su cuerpo varias veces antes de encontrar su caja de cerillas —. Eres bastante famoso por aquí. Se dice que puedes cortarle las alas a una mariposa con ese rifle.
—Búscame una y te lo mostraré —dijo Camarada con una sonrisa. Y así, sintió el encanto de Santiago.
—¡Pero que guay! Yo mismo soy un mal tirador. Me alegro de estar viajando con una leyenda así.
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El Sonajero
TerrorLa muerte acecha la ciudad vasca de Guernica, asediada por una guerra civil, y cae sobre los hombros de un soldado cobarde pero romántico para salvarla... si es que puede superar su ansiedad primero. *** Alférez Sebastián "Sebas" Goicochea, un ofici...