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El aire fresco de la joven noche choca con fuerza contra mi cuello. Espero no agarrar un dolor de garganta. Las luces de la gran avenida iluminan el cielo nocturno. Un reflejo del color rojo hace que me detenga y observe a las personas que pasean por las veredas mientras pasean a sus mascotas y miran las vidrieras. Algunas están sentadas tomando un helado en un par de heladerías, otras están tomando unas cervezas en los bares y picando algunos snacks. A mi izquierda veo una pareja caminando juntos de las manos y riéndose de vaya a saber que. Se me viene a la mente Dylan y sus abrazos. Cuando llegue le mandaré un mensaje.

La luz verde me indica que ya puedo avanzar.

Llegando ya al hospital, busco un lugar en el estacionamiento cerca. Abro el asiento y guardo el casco junto con la campera. Sigo teniendo frío, pero adentro del hospital siempre hace calor y no quiero dejar pertenencias mías allí. Siempre voy con lo justo y necesario. Camino en dirección a las puertas mientras tecleo en el chat de Dylan.

YO: ¿Cómo estás?. Yo ando extrañando tus mimos.

ÉL: Adolorido por las prácticas. Tengo que ir a ponerme hielo, luego hablamos. Te quiero.

YO: Yo más.

Se desconecta dejándome en visto. Una sonrisa brota en mi rostro por su Te quiero. No me preocupo demasiado por él ya que es normal que llegue de los entrenamientos y esté repleto de bolsas con hielo en todo el cuerpo. Imagínense cuando termina un partido oficial.

Sigo con el celular respondiendo los mensajes de Jane que me cuenta sobre su nuevo puntaje en un juego nuevo.

ELLA: ¡Nuevo récord!

YO: ¡Que bien!

Avanzo contenta por los nuevos logros de mi amiga. Una regla que toda amistad debería de llevar a cabo es: Alegrarse y sentirse orgulloso de los logros de tu amigo. Porque llegará el día en que tú serás la persona afortunada de cumplir tus metas y te gustará que alguien esté orgulloso de ti.

Las puertas corredizas se abren automáticamente a pocos centímetros de mí, el olor a hospital invade mis fosas nasales y mi vista recorre de una punta a otra como un niño en su parque favorito.

Mi lugar en el mundo.

Me acerco hasta el gran mostrador que me llega hasta la cintura. Me registro con mis datos personales y me entregan las llaves del casillero número 45. Nada ha cambiado mucho desde la última vez que vine hace 3 meses. La cafetería sigue pintada del mismo color marrón chocolate, los carteles informativos sobre el uso de preservativos siguen colgados junto con los de cómo lavarnos las manos correctamente, los enfermeros van y vienen con las mismas prisas de siempre, los médicos se pasean de aquí por allá con papeles de sus pacientes, y las familias aún esperan ansiosas por noticias. Todo está igual, menos la sala de urgencias que hoy se encuentra algo tranquila a diferencia de otros días de la semana.

Una larga melena castaña clara y una sonrisa que tanto conozco y cariño le tengo, se va acercando a mi con los brazos flexionados.

-Debí ya imaginármelo. Siempre tan perfecta en todo. - siento su calor contra el mío. El perfume de rosas, que se rocía con exceso como toda mujer de 50 años, me trae recuerdos de los abrazos reconciliadores que me daba cuando me iba a llorar en silencio por la muerte de algún paciente al que llegué a ayudar. Ahora ya no lo hago, tarde o temprano te terminas acostumbrando.

-Ya me conoces, Ruth. Necesito de este lugar para respirar. 

-Y dentro de unos años, tus pacientes te necesitarán a ti para poder hacerlo. - nos separamos y veo su rostro riendo con algunas arrugas apenas visibles.

Las Estrellas Como TestigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora