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(Adrien)

-Adrien, ponte el abrigo. Afuera está haciendo mucho frío y podrías enfermar. -la voz dulce de mi madre me saca de la imaginación de mis juegos de autos de carrera.

-Esta bien, mamá. ¿Puedo llevar a Rex?

-Claro.

Subo rápidamente por mi abrigo y por mi mejor amigo de peluche, un dinosaurio verde al que llamé Rex. Cuando bajo veo a papá esperándome en la puerta para salir y subirnos al auto. Hoy es domingo, día de campo en la casa del abuelo.

-¿Listo campeón? -me pasa su brazo enorme a comparación de mi cuerpo, y me abraza. Su aroma a chocolate me embriaga, pero sigue siendo uno de mis favoritos.

-Todo listo.

Subimos todos al auto y emprendemos viaje. Las calles están mojadas por la nevada que había caído hace unos días, los vidrios se empañan por el calor que emanamos en el auto, y el paisaje no son más que campos en blanco por las capas de nieve.

Dirijo mi vista al espejo retrovisor para ver los ojos color canela de la mujer que es mi madre. Su mirada podría darte toda la calidez que necesitas porque ella es así: cariñosa, amable, amigable, única. No puedo pedir más, tengo enfrente mío a los mejores padres.

-Mamá ¿Puedo ir adelante con papá? -pregunto desabrochándome el cinturón e inclinándome hacia adelante en el hueco que hay en medio del asiento del conductor con el asiento del copiloto.

-Hoy no, campeón.- responde papá por ella.

-Por favorrrrr -hago puchero porque sé que eso siempre funciona. -Solo un ratito, allí se ve todo más amplio a diferencia de aquí atrás.

Mamá mira a papá de forma que le dice que sí sin largar una palabra. Ella maneja, así que papá se desabrochó el cinturón para ponerse de costado y tomarme con sus manos. Cuando ya estoy delante, me posiciono en el regazo de mi padre mientras juego con Rex. Me imagino que mi peluche camina por aquellos inmensos campos, lo posiciono en la parte del tablero de instrumentos delante del asiento del copiloto e imito que camina sobre este. En un movimiento descuidado, Rex se cae a los pies del lado de mi madre en donde tiene sus pedales.

-Tranquilo campeón, yo lo busco. - me consuela mi padre al ver mi rostro de preocupación.

Él se inclina un poco ya que al estar yo en su regazo no se lo permite tanto. Estira su brazo lo más que puede, pero no lo alcanza.

-Ya lo busco, cariño.

-No hace falta, Ana. Tu sigue manejando.

-Puedo alcanzarlo...-dicho eso, mi madre suelta una mano del volante para bajarla hacia sus pies tratando de no quitar la vista de la carretera desolada. -Solo falta un poco más...

-¡¡ANA!!

Todos miramos hacia el frente tras los gritos de mi padre, pero yo solo pude ver sus brazos cubriéndome.

Y luego, solo oscuridad.







Me despierto todo sudado, con la respiración forzada, y un poco mareado. Me cuesta respirar bien por los pinchazos que siento detrás de mi espalda, mis pulmones se están quejando y eso no creo que sea bueno. Busco con la mano mi celular en la mesita de luz sin prender la lámpara.

04:45 am.

Otra vez la pesadilla de aquel día me visita en mis horas de vulnerabilidad. Anteriormente no me visitaba seguido, pero desde que conocí a Diana, empecé a tener este sueño seguido. No sé con exactitud el por qué, supongo que es porque ella me recuerda mucho a la mujer que llamé madre un tiempo, porque con su curiosidad despierta viejos recuerdos de los que no me siento bien contarlos por no querer verme más débil de lo que mi cuerpo ya es. O simplemente porque se acerca la fecha en que perdí a una de las personas más preciadas.

Las Estrellas Como TestigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora