26

29 7 0
                                    

(Adrien)

Una brisa primaveral me recorre el cuerpo. Mis pies sienten algo duro como la madera. Al abrir los ojos me encuentro en el lugar menos pensado que estaría mientras mi cuerpo, en otra dimensión, muere en el hospital. Se que no es real porque mágicamente no estaría en el lago de la granja de mi abuelo, los árboles de hojas rosas no estarían sin nieve de la noche a la mañana, y Diana no estaría sentada al final del muelle a mis espaldas.

Siento como mi cuerpo ya no pesa, ya no duele. Mis pulmones aquí no están dañados.

Me acerco a ella y tomo asiento a su lado observando el mismo atardecer con un par de estrellas ya visibles en la parte más oscura del cielo. Nos pasamos así en silencio un buen rato hasta que decido mirarla y comenzar a hablar antes de que sea tarde.


-En un cierto punto de mi vida no me había importado perder la lucha contra el cáncer. Sin embargo, desde que llegaste con tu flequillo ridículo, tus ganas de avanzar, y la fe que pusiste en mí, comencé a temerle a la muerte. No por el daño que causara en mí, sino en ti. No quiero lastimarte con mi partida. No quiero que sientas lo que es perder a alguien más.


-Eres más fuerte de lo que crees, Adrien. -habla sin voltear a verme.


-Pase lo que pase, por favor no me olvides Diana. -suplico. Su rostro angelical voltea hacia mi. En sus ojos se nota más que nunca el brillo que solo yo he podido encender.


-No se puede olvidar aquello que se lleva para siempre en el corazón.


Una pequeña sonrisa mínima sale de sus labios.

Como si todo hubiese sido un gran sueño, despierto en la misma cama del hospital que creí estar muriendo mientras tenía la conversación con Diana en lo más profundo de mi mente.

El rostro de mi madre lleno de lágrimas y la desesperación en el de mi abuelo, me hace saber que no. No he muerto.

Las Estrellas Como TestigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora