25 | Final

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Cómo podría él saber que la luz de este nuevo amanecer cambiaría su vida para siempre?

Los días comenzaban a volverse eternos para Reigen, y las noches demasiado largas como para ocasionarle el horrible dolor que venía de la mano con aquellos cambios.

El hambre, la resequedad infernal en su garganta y la poca voluntad que todavía le quedaba para resistirse y conservar una humanidad que se negaba a tachar de inexistente, sumado a la ira y a no saber qué demonios hacer o a dónde ir si prácticamente estaba solo.

Solo y asustado.

Ya no tenía ningún hogar, ningún sitio en el cual poder refugiarse y pasar las tediosas horas nocturnas tratando de controlar su sed, haciendo esfuerzos casi sobrehumanos para ignorar a esa insidiosa vocecita al fondo de su cabeza que le profesaba constantemente:

«Sabes que tienes hambre, y sabes con qué debes alimentarte».

Una y otra vez se oponía a siquiera atacar a otra persona, no soportaría añadir otro asesinato que sólo empeoraría la culpa que sentía en un inicio de todo esto.

Sabía que el miedo era uno de los factores principales por los que no se atrevía a acercarse a otro ser humano, así que sin importar que eso le dejara como un auténtico cobarde, intentaría valerse de su propio miedo para no convertirse en aquel monstruo que ahora ya no se encontraba a su lado.

Por desgracia, no se sentía tan seguro de cuán efectivo sería aquello, ni por cuánto tiempo le duraría el cuento.

Una noche, en donde la sed empezaba a ser casi insostenible, Reigen avanzó desde su reciente ubicación hasta llegar a un parque en mal estado, a un costado de la carretera que lo llevaba a las afueras de la ciudad.

La luz escaseaba conforme se adentraba más en éste, aunque sus ojos también habían sufrido un cambio que ya sea para bien o mal, le permitía ver todo con una increíble nitidez, lo mismo aplicaba para su sentido auditivo.

Gracias a ésto último, Arataka podía saber si había más de un humano rondando por allí cerca, dependiendo de las zonas por donde transitase; eso le hacía caer en cuenta de que debía alejarse ipso facto.

Tras unos minutos caminando entre hojas secas y hierba muerta, se detuvo. Un montículo de tierra se extendía a unos cuantos metros delante suyo, experimentando de nueva cuenta esa sensación contradictoria de alivio y odio simultáneo.

Alivio, porque de todo el tiempo que ha pasado, nadie se ha atrevido a meter las manos o a descubrir qué había allí enterrado.

Odio, porque seguía sin entender a éstas alturas qué lo había empujado a darle un final digno de un ser humano, puesto que lo había arrastrado a una condena imposible de deshacer, cerrándole cualquier alternativa que no fuera la de matar para continuar existiendo.

Sus rodillas impactaron con algo de brusquedad sobre la tierra, sintiéndose derrotado cada vez que decidía aparecerse por ese lugar. Curiosamente, lo había denominado como su única zona de confort en esa parte del mundo.

Entonces, la interrogante de ese último día se dejó oír en su cabeza.

Qué le quedaba después de Mob?

Se pasó una pequeña parte de su vida resignado a la premisa de que tarde o temprano él iba a asesinarle, ya que siempre se jactaba de ello y en cada una de esas ocasiones Reigen lo daba por hecho.

No obstante, cómo sabría que Mob le estuvo mintiendo en aquel último tiempo, sabiendo lo que realmente iba a pasar al final?

A momentos deseaba que se lo hubiera dicho con anticipación en lugar de ocultárselo, sin importar qué reacción hubiese tenido tras enterarse. Quizás se habría ahorrado la desesperación o el dolor que esos cambios implicaban, sintiéndose un poco más preparado para cuando la ocasión llegara.

The Unforgiven | Mob Psycho 100Donde viven las historias. Descúbrelo ahora