Capítulo 1: Mi alegría de la tarde

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I

Era una mañana fría pero soleada cuando me desperté. Hoy tenía dos exámenes, así que había pensando en poner mi alarma una hora antes para poder repasar un poco más. No me considero una persona estudiosa, pero sí un poquito obsesiva a causa de mi perfeccionismo.

—Buenos días o buenas noches —saludo a Bianca apenas entro al comedor.

Desde que era una bebe había tenido problemas para conciliar el sueño y parece que últimamente estuvo con insomnio.

—¿Qué estás dibujando? —le pregunto.

—A ti y a Gianna.

—Qué bonito —digo algo confundida, Gia no tenía su silla de ruedas—. ¿Estás usando las nuevas pinturas que te regaló la abuela?

Ella asiente con entusiasmo.

Me quedo mirando en silencio y luego de unos segundos pongo mis libros sobre la mesa y me siento a su lado.

Tiempo después habla:

—¿Te gusta mi dibujo? —Y me mira con unos ojitos tiernos.

—Está precioso, ¿te molesta ir a levantar a mamá? —le pido mientras preparo el desayuno.

Corre hasta su cuarto y se tira sobre ella, Coco la imita y empieza a lamerle la cara.

—¡Qué criaturas más horribles! —Es su primera frase de la mañana. Y se escuchan las risas.

En eso, el teléfono comienza a sonar. Y al tercer zumbido atiendo.

—¿Es usted Clémentine Guillet?

—Sí, soy yo ¿Qué se le ofrece? —respondo haciéndome pasar por mi mamá que ahora estaba ocupada.

—Lamento informarle de la muerte de su madre, Camila Desdémona Munteanu. Su presencia es solicitada en su residencia. —Esas palabras hicieron que entrara en una especie de shock.

—¿Señora Guillet? ¿Se encuentra allí?

—Sí... sí, aquí estoy. Gracias por informarme. —Cuelgo en cuanto termino de decir la oración.

Mi abuela y yo éramos muy cercanas, la última vez que la vi se encontraba bien, tan alegre y amorosa como siempre.

Ella era la persona que más se había preocupado por mí en estos últimos años. Y ahora, se había ido.

Cuando escuché a mi mamá preguntándome quien era, tuve que ser yo la que se lo contara.

Voy hasta su habitación que se encuentra a unos pasos de la sala y le pido a Bianca que vaya a darle de comer a Coco. Y cuando siento que está lo suficientemente lejos como para escuchar mis susurros digo:

—Alguien llamó y al parecer a la abuela le pasó algo —intento no llorar mientras lo digo pero mi voz quebradiza es evidente.

—¿Qué sucedió? —me pregunta alarmada.

—Murió, mamá. Te solicitan en su casa.

No puedo describir el pellizco en el corazón que me generó ver su rostro. Estaba perpleja, sin dudas, pero evitó mostrarse débil ante mí, o eso es lo que ella pensaba.

Fueron unos minutos de silencio, en los que finalmente yo fui a abrazarla y lloramos juntas. Hace mucho que no nos abrazabamos, y se sintió trágicamente reconfortante.

No fue hasta que dijo "Voy a preparar el desayuno, querida" que nos soltamos.

II

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora