Capítulo 30: Hambre y sed

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I

Y así fue que lo decidimos. Me sorprendió lo rápido que el resto de mi familia accedió, obviamente también se vieron influenciados por mí y supongo que, después de todo, era el hogar con el que habían soñado desde hace años, de exterior pintoresco, un gran espacio interno, en medio del pueblo, una ubicación que no requiere de demasiado desplazamiento. Y hoy que ya estamos casi completamente instaladas, pude arribar al instituto en cuestión de minutos, en una caminata mínima y acortada.

—¿Cómo te trata la nueva casa? —dice Dara apoyando su brazo en mi hombro con confianza, no predije su llegada desde atrás. Era el descanso y, como siempre, Belmont y yo nos quedamos en la puerta de clases hablando, a veces bloqueamos el paso a propósito para molestar a la gente, nos aprovechamos de que a mi amigo le temen.

Por supuesto que Bel no es un matón o algo similar, no tiene ni el físico ni las ganas de andar torturando a nadie, pero su energía engreída y descarada hace que a los demás no se les ocurra cruzar el límite de lo que él considera fatal. Sin embargo aquí estamos, jugando a ser las mean girls en el intervalo.

—Bien, creo. Es menos lujosa por dentro, tal vez eso la hace más acogedora. Me gusta el librero inmenso —intento rememorar la multitud de estantes de caoba que se despliegan por la sala de estar y hacen juego con las vigas horizontales que recorren el techo. El toque colonial por excelencia lo dan las aplicaciones de metal en las esquinas y las piezas en los laterales, como baúles, cómodas y la mecedora de mimbre en la que me encanta aflojarme. Realmente es linda, no obstante, siempre voy a preferir el estilo rural.

—¿No extrañas la anterior? —pregunta sutilmente de forma informal.

—Puede ser —suspiro—. De todos modos puedo seguir pasando por allí, al igual que ustedes. Y ahora que quedaron un par de cajas para buscar, Belmont me va a llevar y la voy a poder volver a visitar.

Mi amigo a un lado solo asiente lentamente en mi dirección con sus lentes de sol sin mucha expresión, tal como una diva.

Más tarde, en la clase de la profesora Kolesnikova, fue obligado a quitárselos y todos pudimos ver la profundidad de sus ojeras resaltando en su tez grisácea que usualmente se veía tostada. Así que cuando finalmente nos subimos al coche me pongo a curiosear:

—¿Mala noche?

—Ni me lo digas. Las pesadillas se están volviendo cada vez más realistas.

—¿Se repitió la misma?

—No. Esta vez fue de una mujer que se tiró de un edificio porque se sentía culpable de no haber podido salvar a su amiga de que la asesinaran en el hotel donde ambas se hospedaban —arranca el vehículo manteniendo la mirada al frente—. Al final yo tomé su punto de vista, habían unas voces que me gritaban que no lo hiciera, no había nadie alrededor, quizás era también yo quien se lo exigía, pero el ruido se unificó y una sola voz exclamó "Sarah Hoffman" en el momento en que desperté. El nombre me quedó grabado, así que me fijé en Google para saber si era alguien conocido a quien antes había escuchado, sin embargo, no fue así, y terminé encontrando un artículo sobre una suerte de vidente que se suicidó en 1979. 

—Tétrico ¿El sueño parecía de esa época? —yo interrogo.

—Ella tenía cabello lacio, flequillo y una gabardina beige, pantalón de jean acampanado. No lo sé, puede ser, no parecía actual. Las casas del vecindario eran simples y de tipo californiano. Como chalets.

—Tal vez Sarah te quiere decir algo.

—Más le vale que se quede en su estado petrificado, no quiero saber nada de cosas del inframundo. Ya tengo suficiente con los mortales insoportables.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora