Capítulo 22: Otro día en el paraíso

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I

Hoy, domingo, sigo preparándome para el examen de física como cualquier estudiante que quiere aprobar a la primera, lo cual, todavía no veo muy posible. Es un tema enredoso hasta que llegas a entender algo fundamental, y todo se aclara. Lamentablemente todavía no llegué a esa fase. Debería relajarme, pero no quiero, sé que si no me aseguro de poner mi esfuerzo absoluto, me voy a sentir culpable luego.

Se ha vuelto más difícil desde que ella se fue. Mi abuela era mi profesora particular de esta asignatura, como también de matemáticas, química, biología, historia, geografía y español, casi todas las disciplinas. Si le hubieran dado los huesos, probablemente hubiera sumado gimnasia a su lista.

Actualmente soy solo yo, y ni siquiera puedo preguntarle a Gianna porque sigue molesta por lo de ayer.

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—Por favor, no le digas a mamá.

—Ya tienes 18 años. No creo que le importe mucho con qué chicos te acuestas —le informé levantando las cejas, a la vez que sus pómulos se transformaban en cerezas.

—Fue un mero beso. Como si no hubieras visto una muestra de afecto antes —intentó rematar. Y la verdad es que, fuera de las películas de romance, no es común que contemple a alguna pareja demostrarse amor.

—Afecto... ¿Desde cuándo? —interrogué queriendo saber del dúo de telenovela.

—No te incumbe —dijo lanzándome un cojín, resaltando con sus ojos al muchacho en su costado en señal de vete. Obviamente dirigida para mí. A pesar de que yo soy más dueña del lugar que él.

—Está bien, perdona. Solo venía a dejarte esto. —Coloqué en su velador la pieza prestada estudiando con detenimiento a Prisco, otorgándole un gesto de anonadamiento combinado con desaprobación.

Él sencillamente elevó los hombros mostrando sus palmas. Idiota.

—En un futuro, toca la puerta —manifestó mi hermana entre dientes.

—En un futuro, no hagan sus cochinadas en esta casa.

—¡Levane! —se quejó y yo salí riendo de forma malvadamente absurda.

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Ahora tampoco está aquí como para volver a insistirle. La miss sociable ha salido a tomar helado con sus nuevos amigos.

Gente, quién los necesita. Todos te ignoran o traicionan o decepcionan de algún modo que ni siquiera te esperas. En fin, solo las mascotas valen la pena.

—¿O no Coco? —Acaricio a mi perrito que se encuentra recostado sobre mi regazo y él únicamente se mueve con lenidad ante mi roce, sin dejar de dormir su siesta de las cinco de la tarde.

Un rayo de luz áureo se propaga por las aberturas del cuarto de estar, exponiendo las partículas de polvo suspendidas en el aire. Si no fuera por el ciclón en mi interior, diría que se trata de un momento muy plácido, y no una tormenta de arena. El entorno está inmerso en una energía mandarina y paradisíaca, un prólogo prematuro de lo que será el atardecer acompañado de gardenias.

De improviso, el latido de un tambor comienza a inundar la habitación. Y por un instante, sospecho que alguien ha abierto la caja de Jumanji.

Segundos después, Julien aparece al principio de una fila de conga insulsa, donde lo sigue Ambrosia en lo que parece ser una caminata espacial al ritmo de la música. Ambos traen puestos unos lentes de sol.

Yo me mantengo buscando con la mirada el aparato de donde proviene lo que creo que es la melodiosa voz de Phil Collins, no obstante, ellos no tardan demasiado en sacarme de mi actitud vacilante al extenderme la mano para que me una a ellos. Y deduzco que la negación no es una opción ya que inmediatamente me levantan de un tirón. Asimismo, invitan a Coco a sumarse llevándolo de sus patitas.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora