Capítulo 19: Palimpsesto

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I

Levane

No me molestaría comenzar a utilizar diariamente una túnica negra. Nadie podría juzgar mi cuerpo ni por su corteza o su forma. Y me gustaría comprar uno de esos sombreros de apicultor, lo cual dificultaría que se percibiera mi rostro. Así por los menos las personas se enfocarían más en lo que tendría que decir que en mi aspecto.

Aunque creo que terminaría llamando más la atención. Sería una enorme ameba abstracta deambulando por ahí.

Parece más eficaz aceptar que evitar. Ojalá se pudiera existir sin hacerlo por completo. Encontrar la neutralidad. Sería monótono, pero habría más calma. Mi mente en silencio, sin pensamientos que me hicieran comerme las uñas más de lo debido, ni arrancarme la piel de los labios o rascarme las piernas constantemente.

Una pelusa voluminosa se atraviesa en mi ruta estorbando a mi cerebro y me enredo entre mis pies para no pisarla, caigo como un puente sobre ella. Chopin...

Ahora anda libremente por el hogar como si le hubiera pertenecido desde un principio y sus apariciones súbitas se le hicieron costumbre. Debajo del cobertor de la cama, dentro de los zapatos, sobre el cojín de Coco e incluso en el interior de las cajas de cereales. En una ocasión, hizo que llegara tarde a clases porque, a mitad de camino a la escuela, me dí cuenta de que se había colado en mi mochila.

Si sigue con su actitud de Indiana Jones, a lo aventurero, no va a subsistir mucho, ya le dije a Bianca, es necesario imponerle ciertas reglas a ese pollito.

Al parecer su situación es la opuesta a la mía, pasa desapercibido sin problema cuando lo desea.

Tampoco es como si al resto de individuos le importara demasiado mi existencia, es solo que la voz en mi cráneo me hace creer que tal vez la mirada que me regaló alguien fue crítica. Ya sea positiva o negativa, me aterra pensar que permanentemente estoy sometida al juicio de las personas.

A la mitad de mis reflexiones constato la atmósfera pacífica que me rodea.

Como casi todos los domingos, la casa se encuentra sumergida en el silencio. Y hoy más que nunca. Mamá ha salido a merendar con sus amigas, Gianna está estudiando en casa de una de sus compañeras y Bianca está jugando con el piano de juguete en su habitación, probablemente hará que Chopin forme parte de su banda si es que antes no estaba participando del concierto y escapó.

Como efecto de la angustia por haber nacido como una humana en sociedad, me desplazo hasta la cocina con el afán de sacar un poco de helado de chocolate con almendras de la nevera, sin embargo, antes de que pudiera compensar mi padecimiento, advierto una sombra dispersarse por las escaleras.

Una deducción rápida me indica que es uno de los encantadores espíritus que viven en la morada, a quienes les causa deleite espantarme, no obstante, cuando consigo determinar el físico, me doy cuenta de que estaba equivocada y el retrato que admiro también logra aterrarme.

—¿Quién eres tú y cómo entraste a mi casa? —hablo con agilidad a medida que me deslizo lentamente por la mesada sondeando con mis manos hasta llegar al bloque de madera de los cuchillos.

—Mis más profundas disculpas, no pretendía sobresaltarte. —Mantengo el agarre con firmeza sobre el utensilio puntiagudo—. Soy Rupert, un conocido de Gianna. Se había comunicado conmigo para que tratara a una de sus muñecas de colección. —Entrecierro los ojos todavía dudando de sus intenciones sin dejar de apretar el objeto, él se da cuenta y agrega—: Mencionó que se trataba de una de la compañía francesa Jumeau, ya le había realizado un mantenimiento tiempo atrás, su porcelana es de calidad excepcional.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora