I
Al despertarme, me hallo tirada en el suelo sin poder ver mucho del lugar por la tenue iluminación.
Solo unas velas alumbran levemente pequeños detalles, como la mesa donde se encuentran puestas.
Las paredes recubiertas de un tapiz desgarrado, y un piso damero con cuadrados blancos y negros, me dan a entender que se trata de una habitación.
Intento pararme, y con el vago esfuerzo de mis rodillas, logro acercarme hasta el mueble.
Hay dos platos y dos pares de cubiertos puestos encima de la madera podrida.
Sin embargo, mi atención se dirige enseguida hacia unos ojos en el fondo.
Poco a poco, sale de las sombras e identifico a una niña. Parece tímida pero no deja de avanzar hacia mi.
—Hola —saludo cariñosamente.
No obtengo respuesta.
Y al poder ver su figura por completo, me percato de que arrastra consigo un ratón destripado, lo lleva como si fuera su mascota, en una correa.
Luego de un tiempo, me obsequia un gesto apacible. Pero inmediatamente, su rostro se muestra preocupado. Y deja de mirarme para enfocar su vista detrás mío.
Al darme la vuelta, veo un jarrón con unos crisantemos blancos en su interior. Este está apoyado sobre un tocador.
—¿Quieres que te dé uno? —Sospecho.
—¿De verdad? —Por alguna razón lo duda.
La observo confundida.
Y una puerta que no había notado antes, se abre. La luz lastima mis ojos.
Cuando se adaptan a ella, diviso de fondo un prado. Y delante de él, un hombre alto dice:
—Ven hija, la comida es la que está lista, no la chica. —A lo que la niña corre a darle la mano y los dos se van caminando.
Los veo marcharse, sus pasos parecen en sincronía con mis latidos.
Inhalo, exhalo y me concentro en mi respiración. Cada vez se vuelve más complicado, me estoy ahogando.
Todo se pone borroso.
Lo primero que siento son las sábanas envolviendome. Abro los ojos y un cuarto a oscuras me recibe.
Me toma unos segundos ubicar dónde estoy. Entonces recuerdo, había tenido que dormir en el sofá del estudio de mi abuela y esta es la primera noche que pasamos aquí después de la mudanza.
En consecuencia de esa experiencia, que se sintió muy real, no pude descansar del todo.
Así que opté por ir a buscar un vaso de agua a la cocina y quizás comer una pequeña porción de la lasaña que había sobrado.
Quedaba relativamente cerca, lo único que se atravesaba era el salón principal.
Mientras lo cruzo, advierto algo distinto, un objeto que falta. Y más tarde lo confirmo cuando noto que el cuadro de las flores púrpuras no está.
Es extraño. Cuando llegamos, se encontraba allí. Incluso tuve que sacar a Gianna de un trance que duró unos diez minutos, donde lo único que hizo fue estar frente a él.
Delibero un tiempo. Puede ser que mis papás lo hayan sacado para colocar otro en un futuro. Que lástima, era sugerente.
No es como si fuera a quedarme horas pensando en qué le pasó, por lo que sigo camino y tomo todo lo que puedo de la heladera.
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Levane Y Las Almas Desorientadas
Teen FictionCon el misterioso fallecimiento de la abuela de Levane, surge la idea de mudarse a su casa para ahorrar gastos. En ella, una serie de fantasmas la esperan junto con una pintura extraña. La historia transcurre entre conflictos con sus amigos mortales...