Capítulo 6: Fósiles

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I

Había algo muy raro acerca de todo lo que había sucedido, pero decidí solo enfocarme en mi tarea inicial.

—Hola, ¿me ayudas con un asunto pequeñito?

—Sí, claro. —Mi hermana estaba arreglando unos tulipanes en el invernadero.

—¿Te acuerdas de haber visto alguna vez una niña con cabello rubio blanquecino y ojos de un marrón intenso?

—Sería una descripción muy buena si nuestra zona no estuviera repleta de alemanes.

—¿No te parece un contraste extraño?

—Puede ser... mamá se veía así, aunque luego su cabello oscureció.

No había pensado en la posibilidad de que fuera ella. Casi todo se limitaba a espíritus o a alguna persona del presente. Quizás era una imagen del pasado.

—¿No hay alguna otra característica? —agregó.

Di lo mejor de mi para recordar algún detalle que no habría notado antes.

Como si un ser divino me hubiera iluminado, una efigie se asentó en mi cabeza.

Tenía una herida en la mejilla izquierda. Justo debajo del ojo.

—Te agradezco infinitamente —gritaba alegre mientras salía del lugar.

—De nada, supongo ¿Para qué era esto?

A lo mejor, la respuesta se encontraba en los álbumes de fotos guardados en el ático.

II

Desde que llegamos, habíamos evitado subir allí.

Mis padres temían que hubiera ratas y que nos transmitieran una enfermedad mortal, por lo que dijeron que pronto iban a llamar a un exterminador para que revise.

Más, no era el momento para esperar, sabía que ese pronto se convertiría en semanas y esas semanas en meses.

Así que me disfracé de médico de la peste negra, reemplazando la máscara de pájaro por una de gas.

Todo el equipo lo tenía mi papá, que estaba trabajando, así que era el momento ideal para escabullirme.

En cuanto pude, trepé la escalera y entré a la habitación.

Increíblemente no estaba tan sucia como creíamos, solo había un poco de polvo por aquí y allá, y un par de telarañas. El resto eran numerosos artículos amontonados, estimé que me iba a costar encontrar lo que quería.

Comencé a analizar el lugar punto por punto.

Cuando me acerqué a la esquina izquierda, noté que un biombo de bambú parecía tapar una entrada de luz.

Me dio curiosidad saber hacia dónde daba esa ventana. Y al pasar detrás de él, encontré un atril majestuoso donde un cuadro aún más imponente se posaba.

No es el tamaño lo que los destaca, sino la fina madera del mueble y la calidad de la obra que lastimosamente parece sin terminar.

Es una pintura de un hombre con una túnica blanca sentado en una silla, mientras sostiene a un bebe. Ovejas negras los rodean. Aparentan estar en una colina y desde esa altura se puede ver como una tropa de soldados se acerca. Entretanto un cielo violáceo y nublado los acompaña.

Las pinceladas son precisas y...

—No hay roedores aquí ni algún animal que pueda poner en peligro tu vida, ya puedes quitarte eso —Julien aparece sentado en un sillón leyendo un periódico.

—Voy a confiar en que dices la verdad —manifiesto quitándome el peso de mi indumentaria aterradora con tristeza, me gustaba mi atuendo pandémico.

—Te hago un favor, husmeadora. Este lugar se pone caluroso con toda esa carga —me mira levantando una ceja.

—Solo le eché un vistazo, no husmeaba ¿Sabes quién hizo el cuadro?

Deja de lado lo que estaba ojeando para clavar sus ojos en mí, definitivamente.

—Un pintor suizo del siglo XIX. Su vida tuvo fin antes que ese lienzo, estaba a punto de llegar al auge de su carrera. A lo mejor se hubiera hecho conocido —hizo una pausa—. Nunca lo sabremos.

—Qué pena, era muy bueno. —Me hizo sentir plena admiración cuando vi su arte.

—No lo creo, le faltaba trabajar la composición y claramente la armonía cromática —critica con una expresión de desagrado.

—Para mí fue grandioso. —Y me doy la vuelta para continuar de buscar los álbumes.

Pasó media hora hasta que finalmente pude localizarlos guardados dentro de un baúl de madera.

Al revisarlos, miles de memorias me abrazaron, tanto mías como de otras personas.

Estaba tan sumergida en las fotos, que cuando hallé exactamente la que necesitaba, no lo pude creer.

Era igual a como se presentó en mi sueño, una pequeña con el mismo corte en el rostro, incluso tenía puesto el vestido escoces.

Al leer el nombre en la hoja, aguanté la respiración por un instante.

El enunciado decía "Camila antes de su primer día de clases".

Mi abuela.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora