Capítulo 26: Sombras borrosas

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I

Dean

Hace casi una hora que espero sentado en la sala de visita, al parecer el conteo atrapó a mi papá antes de que llegara aquí.

Muchas veces al día, las actividades se detienen para que los reclusos sean contados por el personal penitenciario, para asegurarse de que todos se encuentren en el penal y ninguno se haya escapado. Pero hay presos que ya se encuentran en esta habitación y son contabilizados aquí, no precisan volver al pabellón.

Mi padre no fue el caso, a pesar de que le mandé una carta hace una semana haciéndole saber que lo visitaría pronto para ponernos al día. Y estoy seguro de que el sobre estaba correctamente dirigido con nombre, número de identificación de la persona privada de libertad y la dirección de la institución.

No fue difícil enterarme de todos esos datos, ni de por qué terminó en este lugar. No mentiría al admitir que no me sorprende, lo que quedaba de nuestra familia y su trabajo eran el último lazo que lo mantenía unido a su poca cordura. Dejó ambos una vez que compró una casa rodante para vivir en el terreno de uno de sus colegas.

El problema es que en Francia, las leyes de planificación prohíben la instalación permanente de una de esas en un solar privado, ya sea propio o de otra persona. Y ya había pasado hace rato ese plazo cuando su amigo lo echó y él se robó su dinero para después utilizarlo con el objetivo de vender sustancias ilegales en un camping de verdad.

Así que no creo que salga en los próximos cinco años. Lo que es una lastima, casi parece como si hubiera querido que eso pasara, él conocía la ley, y aun cuando sus ex compañeros le ofrecieron reducir la condena, él la rechazó. Lo triste es que la mayoría de las veces la gente sale de estos sitios peor de lo que entró.

—Perdoname, hijo —dice abrazándome con una alegría cerca de ser legítima que acompaña la admiración de su expresión, la única clase de contacto que nos podemos dar al inicio y al final del encuentro, y honestamente no me quejo —No me soltaban porque sospechaban que yo había sido el que tomó sin permiso algunas bolsas de azúcar de la cocina.

—¿Y lo hiciste?

—Quizás, pero no sé qué les hizo pensar que no desaparecerían a la media hora —ambos reímos y por un instante creo extrañar un pasado inexistente—. ¿Cómo supiste de mí? —interpela apenas se da el ambiente.

—Tuve que arreglar parte del desastre que dejaste. Gérard no estaba muy feliz de ver al hijo del hombre que lo estafó —me quejo sintiéndome mucho más sensato que él en esta situación, y probablemente que en los últimos años de su vida.

—Ese imbécil siempre me cayó mal. Yo no hice nada que no fuera merecido, me debía varios billetes —se excusa como un crío cerrando su postura mientras mira hacia otro lado.

—¿Papá, por qué actuaste así realmente? —pruebo cuestionar.

—Ya te respondí. Si solo viniste a sacarme en cara mis acciones, es mejor que te vayas. Además, nunca le tuve recelo a la cárcel, hice lo que quise y al final conseguí estadía gratis y lucha libre en el patio común a diario. No me arrepiento de nada.

—Creo que más que una prisión, necesitabas un psiquiátrico —comprendo.

—No te atrevas a tratar de loco a tu padre.

—No iba con esa intención. Muchas veces cuando pensamos en hospitales psiquiátricos nos imaginamos un montón de cosas que salen en las películas. Sin embargo, se trata de espacios donde los pacientes pueden aislarse y tranquilizarse en soledad, son más que nada gente silenciosa, reservada, que por lo general llegan allí por tener tendencias suicidas. Y sé todo eso porque yo también estuve ahí —expongo con cautela en los minutos finales—. Y yo fui quien te encontró aquel día en el camper.

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora