Prefacio

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Emmelie

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Emmelie

Presente

¡Dios mío! ¿Pero qué he hecho?

«Bien hecho, Emmelie. Ahora sí la has cagado», me dijo la irritante vocecita dentro de mi cabeza. Creo que se llama consciencia.

Volví a ver el cuerpo largo y bien formado del tío que me partió el corazón hace casi dos años. Desnudo. Bueno, tenía los boxers puestos y la sábana blanca de algodón le cubría la mitad del cuerpo. Me tapé la cara con las manos sintiendo el más puro horror. Y para colmo, no podía decir que mi ex era el ser más horripilante del universo. Claro que no. Sería un eufemismo llamarle solo lindo. Y el tiempo no le había hecho mal.

Basta, basta. No se suponía que pensara esas cosas de él. Me había prometido que jamás iba a volver a verle, ni hablarle, ni pensarle. Mucho menos terminar en su cama en mi primera fiesta universitaria. ¿Por qué nada me salía como quería?

«Deja de quejarte y sal de ahí», me recriminó la vocecita y no pude hacer más que darme la razón. Cometí un error la anterior noche, pero era hora de dejarlo atrás. Ya tendría tiempo más adelante de compadecerme y decirme lo estúpida que fui al pasarme de tragos en la maldita fiesta. Ahora tenía que salir de allí sin que él se despertara y, si la suerte me quería honrar con su presencia, que no se acordara de lo que hicimos anoche, o más bien con quién lo hizo.

El problema de pasarse de tragos era, por supuesto, que nunca te salvabas de la resaca, o al menos eso era cierto para mí porque él se veía bastante fresco. Ni hablar con mi torpeza natural. Debí saber que irme de allí y evitar que él se despertara no sería tan fácil como creía. Porque, cuando traté de levantarme, mis piernas se enredaron con las sábanas y sabía que mi viaje al suelo era inevitable; pero mi instinto de supervivencia me instó a agarrarme de algo, cualquier cosa y esa cosa terminó siendo una lámpara que estaba en la mesita de noche. 

Ustedes ya se imaginarán el jaleo que armé.

Oí que él se movía en la cama.

—De verdad que me sorprende que hayas sobrevivido todo este tiempo sin mí, Em —dijo esa voz profunda y un poco rasposa que había añorado todo este tiempo.

Mientras me frotaba con la mano en uno de los lugares que me golpeé al caer, maldiciéndome por lo que parecía la milésima vez en diez escasos minutos, levanté la vista para encontrarme con unos preciosos ojos color azul océano que me miraban con un poco de diversión y molestia.

—Hola, Carlos —dije yo, haciendo un mohín.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora