Capítulo 30

21 3 0
                                    

Emmelie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Emmelie

Dos años antes

En todo lo que podía pensar en ese momento era que esa casa era la más lujosa que había visto en mi vida. No era de medidas descomunales, pero aún así era al menos tres veces más grande que la mía. Sus columnas de piedra color ébano sostenían una estructura que estaba compuesta mayormente por ventanales y paredes de mármol color marfil crema. El jardín frontal tenía un césped verde precioso y algunos arbustos frutales que combinaban a la perfección con los exteriores.

—Es realmente preciosa —comenté asombrada. Carlos tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—Y todavía no has visto el interior —dijo él muy tenso y comenzó a caminar hacia la puerta de entrada. Yo le seguí sin pensarlo.

Estábamos en la casa de los padres de Raquel. Carlos estaba bastante ansioso por la cena de Acción de Gracias a la que tenía que asistir en esta impresionante casa, así que, como último recurso, me ofrecí a acompañarlo. Él solo aceptó después de darse cuenta que era una buena opción porque me tendría a mí para distraerse de lo que él llamó "la eterna tortura".

Antes de entrar él me detuvo.

—Emmelie, no sé qué pasará hoy, pero...

—No pienses lo peor —interrumpí y tomé su mejilla con ternura—. Todo va a salir muy bien. Ya lo verás.

Me di la vuelta súbitamente para abrir esa puerta enorme de nogal oscuro, pero mis pies se enredaron entre sí de alguna manera extraña y ambos casi nos caemos de no haber sido porque él se sostuvo de la pared con fuerza. Cuando logré poner en orden mis extremidades y el equilibrio de mi cuerpo, Carlos se carcajeó.

—Dios, Em —dijo aún con sus dedos entrelazados con los míos—. De verdad que no sé qué sería de ti en estos momentos si yo no hubiera estado aquí.

Hice una mueca mientras él abría la puerta de una vez por todas.

—Tal vez ahora estaría maldiciendo mi coordinación, pareciendo un duende malhumorado.

—Creo que te verías igual de linda como te ves ahora —halagó. Él entró primero en la casa, poniendo una expresión impasible.

—Quizá, pero tú sí pareces un ogro cuando pones esa cara —él rió—. Eso está mucho mejor.

Seguimos caminando por el pasillo hasta llegar al recibidor donde todos los presentes se nos quedaron viendo con mucha sorpresa. De entre ellos reconocí a Lidia, Sebastian y la madre de Carlos. También vi a Raquel con una expresión dolida en su rostro, pero presentí que no era por nuestra llegada. Había tres personas más en esa habitación: un señor muy alto con cabello más gris que rubio, una señora con cabello corto marrón y una sonrisa cálida; suponía que ellos eran los padres de Raquel. Y por último, había una chica pelirroja igual de guapa que Raquel.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora