Capítulo 11

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Carlos

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Carlos

Presente

Kyle me miraba desde el sofá fijamente con un botellín de cerveza en la mano.

—No puedes seguir así, Carlos. No es sano —dijo por fin, después de incómodos segundos de escrutinio sin descanso.

—¿De qué hablas? —rodó los ojos como si yo estuviera fingiendo no saber de lo que hablaba. Y la verdad era que no lo sabía.

—Perdónala, deja de guardar rencor y olvídate de ella de una vez por todas —sentenció mientras se levantaba e iba a la cocina del piso que compartimos para agarrar otra cerveza. Lo seguí mientras me abotonaba la camisa informal.

Ah, se trataba de ella.

—No eres el más adecuado para darme consejos sobre amor —dije. No me gustaba que precisamente él fuera el que se diera cuenta lo mucho que me afectaba la presencia de Emmelie aquí. Demonios, él era quien disfrutaba de la vida y no se preocupaba por nada. ¿Por qué ahora quería darme consejos?

—No estaba hablando de amor. Y eso demuestra que tienes que pasar página, hermano —se volvió hacia mí con la cara de alguien que no quiere decirte la verdad pero sabe que tiene que hacerlo—. Además, no es justo para Ivonne que juegues con sus sentimientos.

Oh, Ivonne.

—Ivy sabe que no tenemos nada serio —traté de explicar.

—Eso no cambia el hecho de que está enamorada de ti. No te engañes, amigo —me palmeó el hombro con lástima y fue de regreso a su habitación para alistarse para ir a clases, o eso pensaba que haría. Si Kyle estaba así de serio es que realmente teníamos un problema. Pero no quería pensar en ello. No me gustaba perderme en mis pensamientos y que el núcleo sea Emmelie y sus rizos color caramelo. Tampoco podía olvidar lo que hizo hace dos años.

Sin embargo, el destino tampoco quería librarme de ella.

Llegué justo a tiempo a la clase de física que compartía con ella. Era una casualidad tan retorcida que me preguntaba si el universo realmente quería torturarme hasta matarme. Solo relacionar la palabra física con Emmelie me traía multitudes de recuerdos en los que pasábamos tardes enteras y a veces días juntos. En los que ella me contaba sus sueños y yo le apoyaba en todo. En los que reíamos hasta que nos dolía la barriga. O cuando veíamos comedias románticas con litros de helado por petición de ella.

El helado nunca me supo igual después de que se fue.

Para colmo, el único asiento que quedaba libre estaba justo detrás del de ella y podía aspirar libremente el aroma a vainilla que desprendía su cabello. No se había dado cuenta de que me encontraba allí. Estaba igual de distraída que siempre, pero cuando se trataba de física, se metía en un mundo del que nadie podía sacarla. Desde mi posición podía apreciar los apuntes que tomaba a mano con sus maneras organizadas y la letra bonita y legible porque muchas de las fórmulas eran demasiado complicadas de escribir en la computadora y el profesor era tan cabrón que apenas explicaba algo y ya pasaba a la siguiente página sin dejarnos escribir casi nada.

Era una de las pocas clases en las que no tenía tantas faltas porque Johns de alguna manera se las ingeniaba para poner toda la materia y teoría que daba en los exámenes escritos y lamentablemente ninguno de mis amigos estaba en esta clase para pasarme los apuntes como hacía en tantas ocasiones. Cuando reparé en ello, la clase se había terminado y no había puesto ni una pizca de atención a lo que Johns decía.

Mierda. Hasta la capacidad de atender me robabas, Emmelie.

Y repentinamente, una idea apareció en mi cabeza. Si ella seguía siendo así de distraída tal vez no se daría cuenta si tomaba algunas fotografías a lo que había anotado. Después de todo ella había sido culpable de que yo no me pudiera concentrar. Solo sería por esa vez y luego me aseguraría de no volver a quedarme en esta situación.

Por supuesto, me olvidé de quitarle el flash. Su rostro entero se iluminó cuando apreté el botón. La buena noticia era que la fotografía había salido perfecta. La mala, ya se imaginarán.

—¿Qué crees que estás haciendo? —sus ojos claros brillaban con enojo contenido. Llevaba sus pestañas largas pintadas de color negro dándoles más volumen del que generalmente tenían. Sus labios también estaban pintados. No se parecía en nada a la chica que había conocido. Era tan diferente y a la vez tan familiar que casi podía quedarme toda la eternidad observándola para descubrir todo lo que me había perdido los últimos dos años. 

—No te importa —respondí lo más frío e impasible que podía. Guardé el móvil en el bolsillo de la chaqueta y me di la vuelta para irme. Era una suerte que no hubiera llevado nada por no llegar tarde. Eso me hubiera quitado tiempo para salir corriendo de allí.

—Me importa porque estabas fotografiando mis notas —dijo al alcanzar mi brazo. 

¿Cuándo te volviste tan ágil?

—Ya no lo estoy —traté de quitar su mano de dedos largos de mi chaqueta y... fue un error. 

No había vuelto a tocarla desde que se desmayó en el suelo de la sala de estar de mi piso esa noche de fiesta hace un mes. Al principio no me podía creer que ella estuviera aquí, pero luego me acordé de todas las veces que le dije que debía enfrentar sus miedos y hacer todo lo que pudiera por estudiar en la universidad que ella quería; y quizá yo presentía que ella terminaría aquí al fin y al cabo. Tal vez le dije a mi hermano que quería estudiar aquí solo porque sabía que volvería a encontrármela. 

Y luego, recordé lo que pasó. No quería dejarme engañar de nuevo por su inocencia soñadora y torpeza adorable. Quité mi mano como si me hubiera quemado. —Suéltame.

Ella estrechó los ojos. 

—Suéltate —desafió. Se había dado cuenta de mi desliz. Lamentablemente, yo no iba a hacerme rogar.

—No tengo tiempo para esto —dije mientras tiraba de mi brazo con más fuerza de la que quería. Emmelie casi perdió el equilibrio, pero logró estabilizarse apoyando su brazo en el espaldar de la silla en la que estuvo sentada toda la clase. Después de asegurarme de que no se haría daño por mi culpa, comencé a caminar hacia la salida del auditorio.

—Agarrarás un resfriado —alzó un poco la voz para que pudiera escuchar, pero no lo suficiente para llamar la atención de otras personas. Yo vacilé un segundo y eso fue suficiente para que continuara—: Agarrarás un resfriado como sigas actuando con tanta frialdad.

Las comisuras de mis labios casi se inclinaron hacia arriba. Casi.

—Yo no actúo —mentí así como ella mintió aquella vez. Así como ella me dijo lo que quería oír para luego irse sin mirar atrás.

No, Emmelie. Te di tiempo suficiente para correr, para entender, para volver. Me temo que el reloj de arena se quedó vacío de tanta desilusión.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora