Capítulo 5

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Emmelie

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Emmelie

Dos años atrás

Una de las cosas que hacía que esta ciudad fuera diferente de las demás era que aquí vivían la hermana de mamá y mi prima. Había pasado un mes desde que nos habíamos mudado, pero era la primera vez que las iba a ver desde que tenía ¿nueve años? Sí, todo ese tiempo no las habíamos visto. Mamá y tía Diane nunca fueron muy unidas, aunque de todas maneras ambas aseguraban que se querían muchísimo. Nunca sabías si creerles o no porque un momento se trataban a gritos y al otro volvían a ser personas civilizadas y cariñosas. 

Bueno, yo también me trataba a gritos con mis hermanos, pero solo cuando alguno estaba en otra habitación y moverse unos cuantos pasos para hablar con ellos parecía una eternidad.

Me hubiera alegrado de ver a mis... familiares de no ser porque mi prima era las tres I: insufrible, impredecible e idiota. Impredediota. Ustedes se preguntan cómo es que una persona puede cambiar tanto, pero no es difícil de responder cuando han pasado siete años desde que viste por última vez a esa persona. En solo meses pueden pasar millones de cosas, no digamos en siete años. Y la verdad era que me hubiera gustado saber porqué se comportaba como una total estúpida conmigo si fuimos muy unidas en el pasado, pero era imposible tratar de hablar con ella civilizadamente.

Dos horas. Solo dos benditas horas habían pasado desde que llegaron y yo ya quería salir pitando de la casa porque la otra opción era agarrarse a puñetazos con Leilan. Y no quería que mamá ni tía Diane se enfadaran conmigo por recurrir a la violencia. Aunque tampoco creía que me culparan tanto. Leilan era ese tipo de chica que decía cosas solo con la intención de herir y molestar a los demás y si eras de esas personas inseguras de sí mismas, te digo que Leilan era tu peor pesadilla.

Por suerte, mi hermano estaba demasiado distraído con el juego que estaban pasando por la tele como para hacer caso de sus comentarios e Izzi parecía una santa. Ella siempre decía que las personas como Leilan tenían problemas y que había que tenerles paciencia. Y yo en la mayoría de las ocasiones creía que estaba en lo correcto, pero, ¿para qué mentir? Yo no tenía ni la paciencia ni las ganas que mi hermana tenía de ayudar a las personas.

Así que cuando mi celular, que estaba en la mesa de centro de la sala de estar, sonó dejando un mensaje en la pantalla de bloqueo de un número desconocido y Leilan llegó a él más rápido que yo, no pude evitar arrancarle el teléfono a lo salvaje. Ni de broma quería que se metiera en mi celular. Allí era donde guardaba casi todos los archivos de suma importancia para mí. Y aunque también estaban en la nube, mi teléfono era la forma más rápida y fácil de acceder a ellos.

—¿Qué pasa, gatita? —preguntó con burla, un poco molesta por haberle quitado el aparato móvil—. ¿Es que tienes un novio secreto?

¿Novio? ¿Para qué quiero novio si no traen nada más que problemas? Aunque lo del secreto no lo podía negar. Si ella se enteraba de eso, yo podía asegurar estar muerta o algo muy parecido.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora