Capítulo 28

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Carlos

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Carlos

Presente

Se acercaba Navidad.

El cumpleaños de Emmelie era un día después.

Las cosas entre nosotros habían mejorado, solo un poco. Me había propuesto hacer todo lo posible por acercarme cada vez más a ella, pero el tal Jake era demasiado molesto. En cada ocasión que quería hacer algo con ella o simplemente hablar como lo hacíamos antes, el estorbo aparecía y ella se justificaba diciendo que tenían planes.

La única razón por la que seguía insistiendo era porque había visto cómo Emmelie miraba a Jacob. Sus mejillas no se encendían cuando le halagaba y sus ojos no se iluminaban cada vez que le veía. Para ella, él solo era un amigo más.

Iba de camino a casa de mi hermano para ayudarle a preparar una sorpresa para Raquel cuando reconocí en la calle al chico que intentaba cortejar a Emmelie.

Choqué a propósito con él. Lo sé, una actitud demasiado infantil para tener veinte años, pero él se estaba interponiendo a propósito entre Emmelie y yo. Tenía que hacer algo.

Él me lanzó una mirada de pura frialdad. Yo sonreí altanero.

—Cuidado te caes, niño bonito —intenté seguir caminando como si nada hubiese pasado. Él me cerró el paso con su cuerpo. 

Bien, el pobre tonto se había enfadado.

—Sé lo que pretendes, Carlos —alcé las cejas, conteniendo otra sonrisa—. No funcionará.

—No sé a qué te refieres —respondí, encongiéndome de hombros.

—Le hiciste mucho daño. Ella no te perdonará.

Debo admitir que sus palabras me sentaron como un golpe en el estómago. No se lo mostré.

—Sigue queriéndome —dije con indiferencia—. Esa es la diferencia entre tú y yo.

—Para que una relación funcione, se necesita más que sentimientos —apretó la mandíbula con fuerza. Yo rodé los ojos.

—Me das pena, chico —podía decir que James tenía unas ganas terribles de darme una paliza, pero antes de que se le ocurriera hacer nada, le miré tal y como miraba a las personas cuando se me acababa la paciencia. Él dio un paso atrás asustado y yo solo seguí mi camino sin decirle nada más.

Llegué al apartamento de mi hermano a tiempo para ver cómo cinco hombres abrían las puertas de un camión de mudanzas y sacaban de allí una enorme caja de cartón con mucho cuidado, hasta que se golpeó en una esquina cuando la bajaron al suelo.

—¡Eh! ¡Con cuidado! —gritó la voz familiar de mi hermano que salía del edificio en ese momento—. ¡Ese piano cuesta mucho dinero!

Suspiré. Al menos ahora sabía de qué se trataba la sorpresa de mi hermano para su esposa.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora