Capítulo 1

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Emmelie

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Emmelie

Dos años atrás

Mi vida era demasiado predecible, aunque cada dos por tres tuviera que mudarme de ciudad.

Mi padre era militar y a diferencia de otros, él no se iba por largas temporadas. Él nos llevaba a todos consigo. Y hay dos razones principales para que hiciera eso. Cuando nos mudábamos a una nueva ciudad, nos quedábamos como mínimo un año para que mis hermanos y yo no tuviéramos problemas y no perdiéramos un año de estudios, bueno eso pasaba en la mayoría de ocasiones. La segunda razón por la cual nos llevaba a todos con él era que quería demasiado a mamá como para dejarla tanto tiempo y, claro, a nosotros también nos quería muchísimo.

Estaba acostumbrada, sinceramente. Tanto que el corazón ya no se me rompía cuando me tocaba despedirme de mis amigos para probablemente no volverles a ver más en mi vida. A veces sí deseaba que mi padre hubiera elegido otra cosa, pero a este punto ya no importaba. Había tenido ocho hogares en total, cada uno en distintas ciudades del mundo, y la mayoría de ellas estaban en América.

El despertador sonó tan repentinamente que me sobresalté. Comencé a buscar alguna almohada con la cual pudiera taparme los oídos y dejar de sufrir a causa del irritante ruido y cuando no encontré ninguna, opté por gritarle a mi hermana.

—¡Izzi! —suspiré cuando respondió con un gruñido—. ¡Izzi, apaga ese ruido endemoniado!

Debajo de mí, escuché que volvía a acomodarse para seguir durmiendo.

—¡Isabel Anders! ¡Que apagues el maldito despertador!

Ahora sentí que se había despertado de verdad.

—¿Por qué no lo apagas tú misma? —preguntó malhumorada y yo no pude evitar soltar un gruñido de pura frustración.

—¿Hola? ¿Es que no ves que dormimos en una litera y tú estás más cerca?

—Igual puedes bajar y apagarlo tú misma.

Dios mío. Juro que si no fuera porque estoy aquí arriba, ya se habría ganado un buen golpe. Y, aunque al final terminó apagándolo, ya estaba demasiado despierta como para volver a dormir.

—Gracias, Izzi —le dije con una sonrisa irónica sin que ella pudiera verme.

—No me lo agradezcas todavía —dijo inexpresivamente y no le hice caso. La mayoría de veces era una amargada sin remedio. Rodando los ojos me senté para bajarme de la cama de un salto, pero en el camino mi pie se quedó atascado en algún lugar y así fue como terminé cayendo de cara al suelo de una altura de metro y medio. No me sorprendí cuando aterricé encima de un montón de almohadas mullidas. Ya entendía por qué no había ninguna en mi cama.

—Ahora sí puedes agradecérmelo —Izzi me mostró una sonrisa traviesa.

Bufé. Enserio que no sabía cómo es que seguía pasándome esto. Mi familia todo el tiempo se burlaba de mí diciendo que yo era el ser más torpe que jamás habían conocido... y tal vez era cierto.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora